Su obra literaria fue multipremiada. Su labor docente, destacada por todos. Suleika Ibáñez (8 de diciembre de 1929 - 7 de marzo de 2013) dejó una huella profunda. Cumpliendo una asignatura pendiente de nuestra parte, hicimos foco en la vida familiar, en el ama de casa que congeniaba horarios para cumplir con todas las tareas, en la madre que leía cuentos a sus hijos antes del reparador descanso. Convocamos a la escritora, docente y abogada Marcia Collazo Ibáñez, una de sus hijas, quien generosamente abrió de par en par el baúl de los más preciados recuerdos familiares.

Previo a entrevistarla, consultamos diferentes fuentes para conocer algunos datos sobre Suleika Ibáñez. Comenzando por su fecha de nacimiento, las publicaciones diferían en ella, por lo cual, la primera consulta planteada a Marcia fue acerca de este tema: «Mi madre nació el 8 de diciembre de 1929 en Montevideo. Recuerdo muy bien el año, porque mi abuelo (Roberto Ibáñez) siempre contaba que fue el año de la gran crisis mundial iniciada en Estados Unidos, que luego llegó a Uruguay».

-Al recurrir a diversas fuentes, encontramos que para Suleika las acepciones más frecuentes son “encantadora” o “bella”. Hay quienes sostienen que los nombres, de alguna manera, condicionan...

-En persa, Suleika o Zuleika significa “belleza brillante”. Desconozco el motivo de la elección de ese nombre, pero mi abuelo, Roberto Ibáñez, era un hombre de gran cultura y erudición y puso a sus tres hijas nombres muy especiales y significativos: Suleika, Ulalume, Solveig. Creo que se inspiró en una obra de Goethe, llamada Diván de Oriente y Occidente, de 1814, que consiste en doce libros de poemas, cuyos protagonistas son Hatem, un poeta ya maduro, y Suleika, una mujer joven, quienes sostienen un romance.

 

-¿Cómo recuerda su infancia, los primeros contactos con el arte, en particular con la literatura, en el seno familiar?

-Mi infancia transcurrió entre Minas y Montevideo, o sea, del ámbito rural de la chacra situada en el barrio Las Delicias, en las afueras de Minas, al corazón de la capital, que para mí era Malvín, la casa de mis abuelos, un hermoso chalet a dos aguas, en una esquina rodeada de un amplio jardín, que todavía se conserva, en el cruce de las calles Atlántico y Rubens. Recuerdo que cada viaje a Montevideo era para mí una aventura, y también recuerdo que nos desplazábamos en aquellos antiguos trolleys que iban por Avenida Italia. Todo eso era algo novedoso, casi mágico. La vida de familia junto a mis abuelos era espléndida. Siempre nos llevaban de paseo a diferentes sitios: al circo, al zoológico, al cine, al teatro, a las tiendas donde me compraban vestidos y tapados a la moda de aquellos años, y también a los restaurantes y a la confitería el Oro del Rhin, la de 18 de Julio, donde mis abuelos compraban tortas y masas para nosotros. A veces íbamos a recorrer los grandes monumentos de Montevideo, y entonces mi abuelo daba largas disertaciones sobre ellos: la carreta, el gaucho herido, el Condotiero de Avenida Italia, alguna estatua del Prado, etcétera. Mi pasión por el conocimiento, seguramente, surgió a través de esas cosas, y por mi contacto con las enormes bibliotecas de la calle Malvín. Había libros por todos lados, incluso en el garaje y en el cuartito de servicio. Los libros eran una presencia constante en esa casa. El amor por la sabiduría lo abarcaba todo. Recuerdo el gran piano de la sala, la máscara de Beethoven sobre la pared, que me daba mucho miedo, y las interminables estanterías colmadas de libros. Se tocaba el piano, se recitaba, se cantaba. Mi abuela (Sara de Ibáñez) tenía una mandolina, además. Había cuadros de grandes artistas, como (José) Cúneo o (Pedro) Figari. La casa era visitada continuamente por escritores, actores y actrices de la Comedia Nacional, docentes, periodistas, gente de la cultura en general. Si bien las oportunidades para las mujeres eran escasas, sí, no hay que olvidar que en ese hogar las reglas eran otras. Mi madre se educó en el Liceo Francés, luego toda la familia se trasladó a Francia durante algunos años, por motivos académicos y de trabajo de mis abuelos, y a su regreso mi madre comenzó a asistir al taller de Torres García. Era otro mundo, en el que mi abuela Sara de Ibáñez se convirtió en una destacada poeta y obtuvo el Premio Nacional de Literatura, entre otros galardones. Eran mujeres de vanguardia en muchos sentidos. Tanto mi abuelo como mi abuela contribuyeron mucho a la forja de la cultura nacional. Hoy, ambos están inmortalizados con el nombre de dos calles de Montevideo. Sara de Ibáñez es una calle de Carrasco, y Roberto Ibáñez está en Maroñas, que fue su barrio de nacimiento. Porque tampoco hay que olvidar que fueron dos trabajadores, y que él, sobre todo, provenía de un hogar humilde, de gente que se abrió paso gracias a su propio esfuerzo. Por eso y por muchas cosas más, creo que los dos simbolizan en buena medida al Uruguay moderno, el que comenzó con el modelo del primer batllismo y dio lugar a una clase media pujante, plena de ideales y realizaciones.

 

-¿Qué aspectos de la personalidad y del carácter de su madre la hicieron destacada y recordada profesora de literatura, gran escritora y poeta?

-Como dije, mi madre recibió una educación esmerada y brillante, no solamente en el Liceo Francés sino también en su propio hogar. Dominaba a la perfección el inglés y el francés, y sabía algo de italiano. Luego ganó con honores el concurso público para desempeñarse en la docencia, y de ahí en adelante su carrera continuó enriqueciéndose. En forma paralela, siempre fue escritora y poeta. Ya en Minas se destacaba por sus relatos literarios y por su veta, que jamás desarrolló plenamente, de actriz, interpretando valiosas piezas literarias en Minas, como por ejemplo La voz humana, de Jean Cocteau, y declamando algunos cuentos de Juan José Morosoli, un autor al cual admiraba profundamente y que integró a sus cursos de literatura. Después de ser destituida durante la dictadura, al igual que mi padre, toda la familia se mudó a Montevideo. Esa mudanza no fue fácil. La vida nos trató con dureza, en especial a ella, que se quedó sola al principio, a cargo de todos sus hijos, destituida, con su hogar destruido, y sin recursos económicos. Luego, ya instalada en la capital, mi madre continuó con su carrera literaria y escribió sus más importantes obras en verso y en prosa, cosechando más de catorce premios literarios, tanto en Uruguay como en Argentina. El propio Jorge Luis Borges, que fue jurado en uno de los concursos al que se presentó, le otorgó el primer premio, y le dedicó un libro.

 

-¿Qué puede decirnos acerca de su rol de madre? ¿De sus consejos? ¿De cómo coordinaba sus horarios y ocupaciones con la vida hogareña, cuáles eran sus principales distracciones?

-Como madre, me dejó un legado sin igual, que agradeceré durante toda mi vida. A la hora de dormir, de noche, se sentaba a los pies de nuestras camas (éramos cuatro hermanos, tres niñas y un varón) y nos leía pasajes de grandes obras de la literatura universal, como La Odisea y la Ilíada de Homero, Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, Dickens, Dante, Balzac, pero también los cuentos rusos y los cuentos clásicos de Hoffmann y de los hermanos Grimm, en preciosas ediciones ilustradas. También algunos cantares de gesta, como el Cantar de Roldán, uno de los caballeros del emperador Carlomagno, y libros de historietas como el de Mingote, que hoy es un clásico famoso en España. Le gustaba mucho la jardinería, la recuerdo plantando hileras de tunas y rastrillando el césped, actividad a la que podía dedicar horas. También era una buena cocinera, nos mandaba a juntar nueces de un gran nogal, plantado en medio del patio, para hacernos su especialidad, que era la torta del Diablo, o de chocolate. Coordinaba a la perfección sus obligaciones laborales con sus tareas de ama de casa. Cuando salía de dar clases, cruzaba la calle y encargaba un surtido en los almacenes que funcionaban allí, en el que pedía de todo: desde harina, fideos, arroz y latas de conservas, hasta unas hermosas camisetas blancas de algodón para nosotros. Recuerdo que el surtido venía en unas cajas grandes de madera. No se olvidaba tampoco de encargar un montón de revistas como Para Ti, Claudia, Siete Días y la revista Selecciones, entre otras, que yo devoraba. Era, además, una mujer coqueta, elegante, muy esmerada en su atuendo y apariencia. Una verdadera directora de orquesta, que podía acometer tareas simultáneas con las que no habrían podido muchos hombres (y muchas mujeres) de su tiempo.

 

-¿Algunas vacaciones familiares que recuerde?

-Recuerdo con especial afecto las vacaciones en la casa de la playa, en Las Flores, donde pasábamos los tres meses de verano, aprovechando que mis padres eran docentes. Volvían a Minas solamente para tomar exámenes y controlar alguna cosa, y luego regresaban a la playa. Era una casa larga, de techo de quincho, pintada de blanco, llena de palmeras, situada a media cuadra del mar. Nos pasábamos el día entero en la playa, con sol o con lluvia, y después de las tormentas salíamos a recorrer la costa en busca de los restos que el mar depositaba en la orilla. Pescábamos, paseábamos en canoa, nos divertíamos mucho.

 

-En las referencias bibliográficas encontradas se habla de su nacimiento en Montevideo y su estadía en Melo. ¿Qué relación la unió con Minas?

-Mi madre nació en Montevideo, pero después de su casamiento se mudó a Melo, en donde vivía la familia de mi padre (Vladimiro Collazo). En esa ciudad trabajaron ambos y allí nacimos mi hermano y yo. Luego, por motivos familiares, se mudaron a Minas, donde compraron una chacra y se dedicaron a explotarla durante algún tiempo, sin abandonar nunca sus actividades docentes. Llegaron a tener chanchos, gallinas, caballos, ganado, y plantaciones y árboles frutales. También montes y otros emprendimientos. Pero cuando en 1973 comenzó la dictadura civil-militar, ambos fueron destituidos y tuvieron que tomar otros rumbos. Sin embargo, la relación con la ciudad de Minas fue entrañable para mi madre en muchos sentidos. Ella contribuyó sin la menor duda a enriquecer el legado cultural de esa ciudad, por su labor docente y por la destacada importancia que dio a muchos de sus autores, a los que difundió entre la población y entre sus alumnos, como a Juan José Morosoli, entre otros.

 

-Qué poesía se acercaría más a lo que Suleika Ibáñez fue y pregonó?

-Son muchos los poemas, todos brillantes, impactantes, luminosos, que podría citar. Pero voy a citar solo los siguientes versos, referidos al amor:

Te besaba el amor

de amor los oídos,

los ojos y la boca,

amor en bruto,

en luto, amor

de un peso neto

de nido,

de lingotes de olvido.

Lo cito porque mi madre fue una persona muy amable y compasiva con el prójimo. Siempre tuvo en cuenta los problemas y los sufrimientos que podrían atravesar sus estudiantes, se compadecía si alguno había perdido a un ser querido, o atravesaba una dificultad cualquiera, o padecía alguna estrechez económica, cosa que por desgracia era muy común, y más en un liceo público. Y yo siempre entendí que eso era una de las formas del amor. Ella decía que el amor no es solamente lo erótico, sino que adopta diversas formas, y que se puede querer incluso a un desconocido, y tenderle la mano si lo necesita. Otra cosa interesante: ella decía de sí misma que era pobre, en el sentido de que nunca atesoró ningún bien material. Le bastaba con poseer un techo propio (su casa, muy hermosa, por cierto, con dos grandes patios llenos de plantas, situada en la calle Carlos Gardel del Barrio Sur) y contar su familia, a la que siempre se entregó. Fue una gran madre y abuela, muy cariñosa y dedicada. Jamás olvidaba el cumpleaños de sus hijos y nietos, siempre era la primera en llegar y tocar la puerta con su regalo. Todos los domingos venía a almorzar a mi casa, y eran verdaderos días de fiesta. Por eso, el «amor de un peso neto de nido», es una de las cosas que nos dejó. Y los «lingotes de olvido» nos hablan de todas esas cosas que a veces olvidamos, no por desidia ni por indiferencia, sino precisamente por amor. Porque hay olvidos que se parecen al perdón, como ella decía.

 

-Obtuvo muchos e importantes premios. ¿Qué sentía cuando su obra era valorada de esa manera?

-Estaba muy orgullosa de todos sus premios. Tenía un gran sentido del humor y a veces se asombraba cuando miraban todos esos diplomas o medallas, y se reía, y decía que le parecía mentira haber sido tan galardonada. Pero era brillante y lo sabía. En un país y en un mundo que olvidan con tanta ligereza -me refiero al olvido, no como acto de amor, sino de indiferencia-, sigue siendo muy importante recordar a nuestros artistas, escritores, pensadores y poetas, que nos han dejado valiosos aportes culturales.

 

-Falleció en Montevideo el 7 de marzo de 2013. ¿Quedó algo por decirle?

-Siempre quedan cosas importantes por decirles a los seres queridos y, sobre todo, a nuestros padres. No lo hacemos por pudor, por vergüenza y porque la vida nos apura. Pero quedan cosas pendientes. Yo estuve con mi madre en sus últimos momentos. La acompañé hasta el final, su mano entre las mías, y me queda por lo menos el consuelo de haber estado ahí. Me hubiera gustado decirle que era una mujer brillante, una gran madre y que una buena parte de lo que he logrado en mi vida se lo debo a ella. Pero creo, de todos modos, que ella ya lo sabía. Me gustaría que sea recordada a través de su obra y de su trayectoria docente.