Trabajó en el Automóvil Club de Lanús, en Argentina, fue empleado en un mayorista y mozo del Alvear Palace Hotel. Eduardo Bayarres es Licenciado en Ceremonial, Protocolo y Organización de Eventos y funcionario bancario. Ante todo, con sano orgullo, prefiere que lo identifiquen como el hijo de Abdón “Gorila” Bayarres Fernández y de Sonia Murúa Oxley, personas queribles y comprometidas que dejaron una huella profunda en nuestra sociedad. Volvió a cruzar el charco para reencontrarse con sus afectos, visitar la Virgen del Verdún y votar, tal como lo hace desde el año 1989.

siempre, una casa solidaria, de puertas abiertas, una familia que pese a las adversidades supo y logró mantenerse unida. ‘El amor es más fuerte’, como dice la canción. La familia se integraba por Abdón Alberto Bayarres Fernández y Sonia Murúa Oxley, y sus cuatro hijos: Sonia María, Mercedes Amelia, Graciela Isabel y Eduardo Mario.

Eduardo Mario Bayarres Murúa nació en Minas el 1 de junio del 1966 y hasta sus nueve años vivió en barrio Estación, hasta que la familia debió emigrar a Buenos Aires. «Lamentablemente recuerdo poca cosa de aquellos años, como que se me borró un poquito de la memoria esa etapa. Sí recuerdo que jugaba a la pelota en el Club Parroquia San José y que llegué a jugar en el estadio, en la selección. A su vez, teníamos mucha cercanía con la iglesia, concretamente con Salvador Roca, un cura gaucho que estaba siempre dispuesto a ayudar a todo el mundo, una persona solidaria y presente con los pobres».

En Buenos Aires

Con nueve años, y sin tener una composición completa de todo lo que estaba sucediendo en el país y a su alrededor, de un día para el otro Eduardo cambió la bucólica cotidianeidad del barrio Estación de Minas por el bullicio de Buenos Aires. «Fue un proceso muy difícil de asumir, máxime porque emigramos por separado. En principio mi hermana mayor y mi papá se fueron a Montevideo y el 6 de abril de 1976 viajaron a Buenos Aires, en el Vapor de la Carrera, y nosotros - Mercedes, Graciela, mamá y yo- lo hicimos el 8 de abril de 1976, en el Alíscafos Belt».

Un conventillo del barrio de La Boca, en Irala y Alvarado, fue el primer lugar donde vivió la familia en Buenos Aires. «Luego, a través de unos amigos, Gladis y César, accedimos a un espacio para estar en cercanía. También vivimos en un hotel; los seis dormíamos en una habitación. Estaba ubicado en calle coronel Salvadores y Patricios, donde había una feria en la cual papá trabajaba y nosotros colaborábamos con él. Concurrí a la Escuela Juan María Gutiérrez, en Rocha y Patricios, en Barracas».

«Mamá hacía limpiezas por hora y con la señora con la que estaba trabajando consiguió una casa en Lanús. No puedo dejar de nombrar a Winston Rodríguez, quien también nos acompañó en ese momento, nos recibió y le dio una mano enorme a papá y a toda la familia. Estaba también el hijo de Godofredo Fernandes, Godito, que solía visitarnos», prosiguió. La casa de la familia Bayarres Murúa se convirtió en punto de referencia para muchos uruguayos que, al igual que ellos, debieron emigrar a Buenos Aires.

Desde sus nueve años, sin hacer a un lado las causas, Eduardo considera que la obligada mudanza, de alguna manera, «fue un cambio favorable». Prioriza que la Argentina «es un país precioso» y aclara: «Fue una oportunidad, sin dudas una triste oportunidad. Ojalá todo hubiera sido distinto, pero nos abrió la cabeza de pasar de un pueblo chico a un gran país».

El Mundial y Malvinas

Al igual que Uruguay, Argentina, en 1976, transitaba por una dictadura. De aquellos años, Eduardo recuerda las arbitrarias razias que solían realizarse. «Era complejo, pero como en Buenos Aires no participábamos políticamente, no teníamos mayor problema en ese sentido. Por eso para mí es tan importante seguir participando en cada momento que puedo y colaborando con lo mínimo, que es aportar mi voto».

Recordó que al momento de disputarse el Mundial del ’78 «ya vivíamos en Lanús» y que con la consagración de Argentina «salimos a festejar». No olvidó la Guerra de Malvinas, en 1982. «Era la última ficha que se jugaba la dictadura para perpetrarse en el poder. La gente empeñaba cosas, enviaba de todo a Malvinas, pero nada llegaba. Se realizó una famosa colecta pública, pero nada les llegó a los soldados. Los militares les decían a las madres de los combatientes: ‘No se preocupen, señoras, que seguramente volverán con unos kilitos de más...’. Fue tremendamente perverso el manejo que realizaron», sentenció.

Herencia familiar

«Ellos -sus padres- se complementaban, eran tan solidarios, estaban abiertos a todo el mundo. A mi madre la identifico como a una luchadora, con unos ovarios enormes. Si no hubiera estado ella acompañando a papá, que estaba tan desorientado de tanto palo y tanta cosa, no sé qué hubiera pasado con nuestra familia», comentó al referirse a Sonia Murúa.

«En Buenos Aires, papá trabajó en albañilería, en plomería e hizo el curso de gasista. Fue un trabajador, abierto a todos. Siempre con una solución. Sin hacerlo deliberadamente, capaz retaceaba tiempo a la familia por trabajar por la comunidad. Esa era su forma de ser y de actuar», nos contó sobre Abdón Bayarres.

Y agregó: «Mamá me aportó el tema de la perseverancia, de la búsqueda del ahorro, de hacer rendir los pesos y papá me dio muchos ideales. Tengo una mezcla de ambos».

Abdón y Sonia festejaron sus 25 años de casados en pizzería La Diva, en 25 de mayo e Hipólito Yrigoyen, Buenos Aires, «con unas pizzas y cervezas y la sencillez con la que vivieron toda la vida. Hoy estamos inmersos en el confort, la gente gasta, se puede reunir con mayor facilidad, pero aquella sencillez era divina», afirma Eduardo.

“Nunca derrotados”

Eduardo es consciente de que sus padres lograron conformar una coraza que protegió a los hijos de las penurias y de la incertidumbre, que por muchos pasajes sufrieron juntos sin transmitirles tanto dolor acumulado. No obstante, a pesar de todo, «jamás los vi derrotados. En el pensamiento de mi padre siempre estuvo presente volver. En Minas, mi hermana Mercedes pudo recuperar la casa de la familia. Se la habíamos dejado a una vecina, pero, con el tiempo, se jactaba de que se quedaba con la casa y que nosotros nunca volveríamos».

«Como se dice habitualmente, si a la Argentina le va bien, a nosotros también nos va bien. Y de alguna manera eso pasó con el retorno de la democracia, donde pueden reconocerse algunos paralelismos, porque Raúl Ricardo Alfonsín asumió la presidencia de Argentina en 1983 y al año siguiente fueron las elecciones en Uruguay, con las diferencias que cada caso tuvo, por supuesto», analizó sobre el panorama que se vivía en aquellos años.

La emoción predominó ni bien comenzó a organizarse el regreso. «Para el viaje de retorno, mi padre alquiló una camioneta y en ella subió la mudanza, todo el trayecto por ruta. Incluso se llevó al perro que teníamos, Cachi, al que hubo que aplicarle un montón de vacunas. Cachi mordió a papá en el camino. Pobre bicho, estaba acostumbrado a estar en un espacio y al principio sufrió el cambio».

«La única propiedad de mis padres fue la casa del barrio Estación de Minas, la cual dividimos entre los cuatro hermanos. ¿Te imaginas? Era mayor el valor sentimental que el económico. ¿Cuánto puede costar una vivienda obrera como esa? ¡Pero todo lo que significaba! El laburo y el sacrificio de toda una vida. Cuando volvieron, mis padres hicieron una cocina hacia el fondo, mejoraron su estado de vivir, pusieron un aire acondicionado… ¡La dignidad del laburante!», exclamó.

La vida en Buenos Aires

Eduardo nunca se planteó la posibilidad de regresar a vivir a Uruguay. Tenía 17 años y en Buenos Aires, a unas cuadras, vivía Graciela, una de sus hermanas. «Así fue transitando mi vida. Nunca me plantee volver. Me acostumbré a la vida de Buenos Aires y en ese tiempo andaba de novio -después me peleé y a los 24 años me casé-».

A los 15 años comenzó a trabajar en el Automóvil Club de Lanús. Después fue empleado de un mayorista. Trabajó como mozo 20 años en el Alvear Palace Hotel, distinguido 5 Estrellas porteño. «Quien me consiguió la posibilidad de ingresar en él fue Winston Rodríguez, a quien nosotros llamábamos ‘Tío Winston’, el mismo que nos acogió en el año ‘76, cuando llegamos».

Luego ingresó a trabajar en un banco, también como mozo. Al terminar el secundario pasó como administrativo y atendía a presidencia. Continuó estudiando y desde el año pasado es licenciado en Ceremonial, Protocolo y Organización de Eventos.

«Desde hace 20 años dicto un curso con salida laboral en espacios como el Sindicato Gastronómico, la Cámara de Comercio de Lomas de Zamora y el Municipio de la localidad, más que nada para que la gente aprenda lo que implica el servicio en el rubro gastronómico. Anhelo que en algún momento la vida me dé la oportunidad de aportarlo en mi país, en mi ciudad, no para llenarme de dinero, claro, sino para compartir lo que he aprendido en tantos años de trabajo».

«Mi búsqueda de calidad de vida es permanente. Trato de contagiar eso en la gente, para que estudie, para que se esfuerce, para que progrese, para que no quede por el camino. A largo plazo, mi proyecto de vida, cuando termine de trabajar y me jubile, es recorrer Argentina o Uruguay y realizar el curso por canje, enseñando todo lo que he aprendido en tantos años de trabajo dentro de la gastronomía. ¿Sabes cuál es la ventaja del canje? Que dejo vida en otras personas, porque tengo técnicas de trabajo para compartirles. Eso es lo que quisiera hacer, capacitar a la gente en lo que he aprendido para que accedan a un puesto laboral digno, para que se ganen la vida de ese modo y para que puedan proyectarse a futuro con una base sólida», contó a Primera Página Dominical.

El encanto de votar

En 1989, Eduardo Bayarres Murúa retorna a Uruguay para sufragar en cada elección. Es su deseo y es posible concretarlo, destaca, porque «tengo la suerte de tener una familia que me apoya para que concurra a votar, mi mujer y mis hijas: Gabriela, Agustina y Sol».

Generalmente, como pasa en tantos otros órdenes de la vida, son más las perdidas que las ganadas, pero ello nunca desanimó a Eduardo, porque «cada vez que iba veía un avance. Nunca tuve esa sensación de pérdida. Yo veía a mi familia, yo no perdía. La prioridad era esa. Yo ganaba al reencontrarme con mis afectos. Es un festejo de la democracia», declaró.

El día anterior a las elecciones departamentales y municipales, volvió a subir el cerro Verdún para tributarle su homenaje a la virgen y, «como siempre, algo le pido. Pobre virgen, ¡la tengo acalambrada! Subí con mi sobrina nieta, la hija de Pablo Melgar, Sara, y disfrutamos de compartir un rato precioso en el cerro».

Votó en un circuito del Molino Viejo y sintió la emoción «de encontrarme con mucha gente. En esta oportunidad no trabajé, pero he estado en el escrutinio de una de las mesas dispuestas en la Escuela Industrial, mientras mi sobrina era observadora de mesa. Tuvimos la dicha de compartir esa experiencia».

En términos generales, refirió a situaciones que quienes vivimos aquí no advertimos. A modo de ejemplo: «Hace algunas décadas, pasaba un auto cada tanto, transcurría mucho tiempo entre que veías uno y pasaba el siguiente. Hoy el tránsito es impresionante, el parque automotor que hay en Minas es tremendo. Las calles no dan abasto y es muy dificultoso encontrar un lugar donde poder estacionar. El primer auto de papá era modelo 57 ¡y no sabés lo que era! ¡Y el peligro que era papá manejándolo!, bromeó.

Sobre cómo vivió la noche de la jornada electoral, comentó que «fuimos al local de Daniel Ximénez y disfrutamos de lo que se estaba viviendo en plaza Libertad. Estuvimos con Daniel. Él estaba feliz y a la vez muy medido en sus expresiones. Luego se dio un momento de confusión, extraño. De a ratos, la gente quería festejar, pero se contenía porque nos enterábamos de que aún restaban casi 900 votos observados para ser escrutados y que el triunfo no estaba confirmado. Daniel es una persona muy querida y por eso tuvo muchos votos por fuera del Frente Amplio. A pesar de que retorné a Buenos Aires con la incertidumbre del resultado, para mi fue nuevamente una experiencia muy linda, de mucha emoción, en la que, por sobre todas las cosas, prevaleció la democracia», expresó Eduardo Bayarres Murúa.