Paradójicamente, simbólicamente, uno de los animales políticos más potentes, respetados y temibles de la historia del país, José “Pepe” Mujica, falleció el martes 13 de mayo, dos días después que terminara un nuevo ciclo electoral, uno en el que uno de sus hijos políticos más queridos y cercanos, Yamandú Orsi, llegara a la Presidencia de la República.
“El Pepe” Mujica murió a los 89 años de edad. En abril del año pasado se le había diagnosticado un cáncer de esófago. Él mismo informó sobre la enfermedad en una conferencia de prensa en la sede del Movimiento de Participación Popular (MPP). En diciembre de 2024 fue intervenido para colocarle un stent en el esófago. En enero de 2025 anunció que el cáncer se le había extendido al hígado y que ya no haría más tratamientos. “Ya terminó mi ciclo”, afirmó entonces. Pidió que lo dejaran “tranquilo” y contó que quería ser enterrado en su chacra. Pese a esto, siguió asistiendo a actividades públicas: una de las últimas fue el evento organizado por el Partido Colorado para conmemorar los 40 años de la democracia, el 27 de marzo.
El domingo pasado, en un hecho insólito para él, no concurrió a votar.
Mujica nació el 20 de mayo de 1935 –o ese año lo inscribieron, según él contó en una entrevista con Folha de São Paulo, pero nació un año antes– en el barrio de Paso de la Arena, en Montevideo, y a los pocos años de vida, cuando estaba en tercer año de escuela, perdió a su padre. En un artículo escrito por el periódico montevideano la diaria el día después de la elección de Mujica como presidente, en 2009, se recordaba la “admiración” que sentía tanto por su padre como por su abuelo materno, ambos herreristas.
Fue secretario del legislador nacionalista Enrique Erro, a quien acompañó, a su vez, en su salida del Partido Nacional en 1962 y, dos años después, se incorporó al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T). Allí vivió operativos clandestinos, guerrilla, prisión y tortura. Fue uno de los nueve rehenes tupamaros que estuvieron presos en distintos cuarteles del país durante toda la dictadura, desde 1972 hasta 1985, junto a Raúl Sendic Antonaccio, Jorge Zabalza, Eleuterio Fernández Huidobro, Mauricio Rosencof, Henry Engler, Julio Marenales, Jorge Manera y Adolfo Wasem Alaniz.
Después de la amnistía de los presos políticos de la dictadura en 1985, Mujica participó de un proceso de incorporación de los tupamaros a la vida política del país, de la mano del Movimiento de Participación Popular (MPP), fundado en el año 1989. Ya en 1994, Mujica fue electo diputado, y conquistó instantáneamente a miles con su sencillez: llegó al Parlamento para su primer día como diputado en una pequeña y desvencijada motito, y los policías de guardia del Palacio Legislativo no lo querían dejar entrar por su apariencia humilde.
Mujica mutó, cambió, una vez más. Se transformó entonces en una eficiente e invencible máquina política especializada en juntar votos. Muchos, muchos votos. En 1999 fue electo senador, y en el 2004, cuando el Frente Amplio logró llegar a la Presidencia por primera vez, el MPP, con Pepe Mujica como líder electoral, se convirtió el en sector mayoritario del Frente Amplio. Cinco años después fue el candidato único del FA en las elecciones nacionales, y las ganó en una fórmula en la que llevó como vice a Danilo Astori.
A partir de entonces se volvió célebre, entre otras cosas por ser “el presidente más pobre del mundo”. Donó buena parte de su salario presidencial a la construcción de viviendas para madres jefas de hogar y para familias humildes. Se negó, aún siendo presidente, a mudarse de su chacra, y continuó utilizando su viejo automóvil.
Su discurso como presidente uruguayo en la Asamblea General de las Naciones Unidas, reclamando por más derechos para los más débiles, se hizo viral mundialmente. Durante su presidencia el país también fue tapa en todos los diarios del mundo por avances legislativos y de derechos como la regulación en el mercado del cannabis, la despenalización del aborto y el matrimonio igualitario. Con el tiempo, su chacra se volvió un sitio de peregrinación para líderes políticos de todo el mundo, artistas, directores de cine, escritores… de todo el mundo.
Durante su gobierno se hallaron los restos de los detenidos desaparecidos Julio Castro y Ricardo Blanco Valiente, en 2011 y 2012, respectivamente.
Aún así, Mujica sostuvo por muchos años una posición política muy resistida en la propia izquierda, reclamando la libertad o al menos la prisión domiciliaria para “los viejitos” militares y policías presos por graves violaciones de los derechos humanos durante la pasada dictadura.
Cuando abandonó la Presidencia se transformó en una figura de trascendencia mundial, dictando conferencias en muchos países o como mediador en procesos de paz en Colombia.
Pocos días antes del balotaje que llevó en noviembre pasado a la Presidencia a Yamandú Orsi, Mujica aconsejaba en una entrevista con la diaria al que seria consagrado presidente poco después: “Que siga siendo él y que tenga capacidad de negociar, y que sea abierto y que no tenga prejuicios. Y que hable con todos. Porque uno a veces aprende cosas hasta de los adversarios políticos, cosas que no sabía o cosas que no veía; no hay que ser fanático. Si yo me creo que la sé toda, estoy cometiendo un error. El conocimiento no tiene color. Cuando miro la historia nacional, hay mucha inmundicia, pero en todos los partidos hubo gente genial. Esos tipos ya no tienen divisas, son la divisa, hay que levantarlos como símbolo de la nación”.
Con Mujica, el país pierde a uno de los mayores líderes políticos que ha tenido, en toda su historia. Supo leer la realidad política nacional como casi ningún otro, y tuvo una magistral habilidad para liderar un complejo proceso que llevó a un pequeño y (militarmente) derrotado grupo guerrillero a ser la lista más votada de la historia del país, en las últimas elecciones.