En Casa de la Juventud se enamoró del teatro. Guarda de Corporación, sobre las tablas fue alumno de Elena Zuasti, Eduardo Schinca, Maruja Santullo, Enrique Guarnero y Alberto Candeau en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático de Montevideo. Emigró a Italia hace más de 40 años. Trabajó en el Piccolo Teatro de Milán, ciudad donde reside, hasta que puso en pausa al teatro y se involucró de lleno con la literatura, primero como escritor y luego fundando la Editorial Rayuela. Creó el Festival Internacional de Literatura y Poesía de Milán.

Los padres de Milton vivían en Mariscala, donde estaban al frente de una panadería. En febrero de 1956 se trasladaron a Minas para atender el parto de Milton, quien nació el día 17. Retornaron a Mariscala. Allí vivió sus primeros años y cursó hasta cuarto año escolar, «cuando nos mudamos a Minas, donde continué estudiando».

Casa de la Juventud

Ya en Minas, pasó un tiempo y el recordado Narciso Renom, «una figura muy importante en mi vida», lo invitó a sumarse a las actividades de Casa de la Juventud, el espacio donde Milton Fernández comenzó a hacer teatro y donde también «coseché gran cantidad de amigos y participé de muchas aventuras culturales». Entre ellos, nombró a Daniel «Cacho» Rodríguez, «con quien hicimos varios trabajos juntos. La Casa de la Juventud me cambió la vida, el encuentro con Renom, con ‘Cacho’ y con los demás compañeros, en un momento de mi adolescencia donde no sabía qué iba a ser de mi vida y no tenía idea de la vocación que podría llegar tarde o temprano. Allí descubrí que el teatro me apasionaba», comentó.

«Eran tiempos complejos», porque dentro de la coyuntura que sufría el país, nuestro entrevistado sumó que «se quería llegar a una especie de chatura cultural». Frente a ello, «los ‘músculos secretos’ -como los llamaba Eduardo Galeano- de la sociedad civil seguían haciendo cosas importantes. Casa de la Juventud fue un núcleo de rebelión cultural hacia lo que estaba pasando en el país. Para mi fue importantísimo encontrarme con ese ambiente de gente llena de ideas».

Once años atrás, Fernández participó de las actividades que conmemoraron las cuatro décadas de creación de Casa de la Juventud, oportunidad en la cual «me reencontré con muchos de mis compañeros. Habían pasado varios años y en primera instancia tuve algunas dificultades para reconocerlos, pero cuando logré hacerlo, todo fue un gran abrazo colectivo. Fue hermoso estar allí», afirmó.

De Corporación al teatro

Cuando cumplió 18 años ingresó a trabajar en Corporación como guarda, empresa en la cual se mantuvo durante tres o cuatro años. «Fue la posibilidad de irme a vivir a Montevideo y de mantenerme en la capital. Viajaba todos los días y me quedaba en Montevideo». En esa época se sumó a un grupo teatral que dirigía Elena Zuasti, destacada actriz de la Comedia Nacional, en la Alianza Uruguay Estados Unidos. La Escuela de Arte Dramático de Montevideo (EMAD) había sido cerrada en ese período. «Durante el día iba y venía desde Minas a Montevideo con los ómnibus de Corporación y en las noches hacía teatro. No dormía nunca. Era la vieja ruta 8, con la Curva de la Muerte. Con el tiempo, volví. La habían reformado y ya no era la ruta 8 que había conocido».

A la distancia, afirma que su estadía en Corporación «fue una escuela de vida». Tenía 18 años y sus compañeros de trabajo eran bastante mayores, «así que yo era un poco la ‘mascota’ de todos ellos. No dormía nunca y por tanto cometía errores, pero mis compañeros siempre me cubrían y me ayudaban».

Bajo la dirección de Elena Zuasti representó Cándido, de Voltaire, en una adaptación de Jorge «Cuque» Sclavo. A su vez, en esa etapa «hice algún ‘bolo’ en la Comedia Nacional y conocí ese ambiente tan particular. Cuando reabrió la EMAD realicé el examen de ingreso, el cual aprobé y logré cursarla. Era un momento glorioso de la escuela, entre todas las dificultades que atravesaban el país y el continente, teníamos profesores de la talla de Eduardo Schinca, Maruja Santullo y Enrique Guarnero. Fue una de las formaciones más importantes que en entonces hubo en América Latina, tanto que venían estudiantes desde Colombia a ser parte de la EMAD. Yo vivía en una pensión para estudiantes. Cuando cursaba tercer año, llegó la noticia que había fallecido Enrique Guarnero en un accidente automovilístico. Fue una gran conmoción para nosotros. El velatorio fue en el Teatro Solís y sus alumnos hicimos un cordón de guardia alrededor del féretro. En los días siguientes, cuando se hablaba de quién habría de sustituirlo, solicitamos que fuera Alberto Candeau. Accedieron a nuestra propuesta y en la segunda mitad del año fue nuestro docente».

Además de ser un destacado actor, director teatral y escritor, Candeau, como se recordará, dio lectura a la proclama en el emblemático acto del Obelisco, el 27 de noviembre de 1983. Milton recordó especialmente aquella jornada. «Con los compañeros fuimos a escucharlo al Obelisco. Fue enorme la emoción que sentimos porque con él habíamos compartido todas las mañanas en la EMAD, conversando, acompañándolo cuando se iba hacia su casa, porque aquel fue un encuentro no solamente profesional sino también humano».

Destino Milán

«Milán está muy bien, disfrutando desde hace dos o tres días de la primavera», contó Milton sobre la jornada en la que se desarrolló, desde la ciudad italiana, la entrevista con Primera Página Dominical.

«Emigré en 1983 o 1984. Era un momento muy difícil en Montevideo, donde el trabajo era escaso. Surgió la posibilidad de venir al norte de Italia con la idea de quedarme aquí durante un año y medio. Estuve en la zona del Lago Mayor, como huésped de amigos y luego de amigos de amigos. Apenas pude hacerlo me mudé a Milán, porque sentía que era el lugar donde se hacía arte y particularmente teatro. Y me fui quedando. Pasaron cinco años antes de volver por primera vez a Uruguay», narró.

Trabajó en el Piccolo Teatro de Milán bajo la dirección de Giorgio Strehler, uno de los más importantes directores europeos. «Debo mi formación, no solo como actor, sino como ser humano, a un grupo de profesionales de excelencia de América Latina. Uruguay hace milagros. Culturalmente, tenemos escritores reconocidos en el mundo entero y fíjate lo que pasa con el fútbol... Nadie se explica cómo un país tan chiquito, con una población tan reducida, logra tener esa calidad de talentos».

Rayuela

Durante 25 años trabajó en teatro en Italia, junto a directores que lo convocaron para que fuera su asistente. «En ese tiempo vivía dos meses en un lugar, dos meses en otro y volvía a casa a cambiar la valija y volvía a viajar. Llegó un momento, hace 12 años, donde me di cuenta de que quería hacer algo más concreto, algo que quedara entre mis manos. El trabajo teatral es hacer y deshacer, construir y demoler para volver a construir. Eso es lo que tiene de fascinante».

En forma paralela trabajó como escritor y dramaturgo. En Milán fundó la editorial Rayuela. Hace 12 años que puso en pausa la labor teatral, «más allá de que de vez en cuando hago alguna participación, pero si me llaman, ya no las busco. Decidí que mi trabajo sea este y me volqué con toda mi energía. Escribo en italiano; hace muchos años que vivo en esta lengua. Todos me conocen por mi segundo nombre, Danilo. Al escribir mi primera novela en italiano sentía vergüenza porque no era mi lengua, tendría que escribir en mi lengua madre, en español. Me sentía muy inseguro, como que había cometido una osadía escribiendo en una lengua que no era completamente la mía. Envié la novela a un concurso y la firmé como Milton Fernández por primera vez en mi vida porque, de alguna manera, para mi era como enviarlo en forma anónima ya que nadie me conocía por mi primer nombre. Esa novela ganó el concurso y fue publicada con el nombre de Milton Fernández. Durante un tiempo viví en esa especie de doble personalidad hasta que cuando estaba por publicar mi segundo libro elegí el nombre Milton a nivel literario».

Recientemente, Milton Fernández Llorente presentó su última novela, Quería ser yo, tras haber realizado una profunda investigación sobre la vida de la artista mexicana Frida Kahlo. «Estuve en México, en la Casa Azul, donde ella nació, en Coyoacán, cerca de Ciudad de México. Seguí su rastro y siempre me pareció que se trataba de una vida que hubiera querido ser y que no fue, que no la dejaron vivir como ella hubiera querido vivirla. Por eso elegí ese título».

Festival y traducciones

Nuestro coterráneo es el creador y director artístico del Festival Internacional de Literatura y de Poesía de Milán, el que, en su edición 2025, se desarrollará el 17 de mayo. Ese día habrá 40 eventos en los cuales «trabajaremos sobre la poesía en el sentido etimológico de la palabra. Poesía quiere decir ‘todo lo que es creación humana’. Lo haremos sobre poesía escrita y también musical, danza, teatro, audiovisual, sobre toda la creación que nos rodea».

Realizar esta actividad implica un esforzado y minucioso trabajo de planificación y desde el punto de vista logístico. «Cada vez que empiezo a hacerlo me pregunto lo mismo: ¿Quién me mandó a hacer esto? El trabajo cultural es siempre contracorriente y dificultoso en cualquier país del mundo. Acabo de estar en Cuba -invitado a la Feria Internacional del Libro- y me motivó a seguir entusiasmado con mi trabajo. En Cuba se viven momentos muy difíciles, falta todo, no hay casi nada. Sí son invencibles las ganas de seguir haciendo cultura. Me encontré con escritores y poetas y aún en esa situación tremenda siguen haciendo belleza. Aquí, en Italia, con las dificultades que tenemos, cuando veo lo que surge, lo que le proponemos al público, me doy cuenta de que ha valido la pena».

No siente particular atracción por el fútbol, deporte tan arraigado en Milán. Por ello no asiste al estadio Giuseppe Meazza y porque «los estadios llenos me provocan algo de claustrofobia. Vivo alrededor de los libros, con la editorial. Hago un trabajo de traducciones. En los últimos años he traducido al italiano a varios autores uruguayos. Ese es el perfil de la editorial. Traduje cuentos de Horacio Quiroga, obras de Idea Vilariño, de Felisberto Hernández, el libro Memorias del calabozo, de Eleuterio Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, y acabo de traducir a mi tocayo, Milton ‘Pastilla’ Fornaro, a su último libro -Una historia improbable-, a quien recordaba de mis tiempos como alumno del liceo, cuando él era un joven profesor. Por supuesto también traduje una serie de cuentos del gran Juan José Morosoli».

«Mi vida se mueve en torno al festival, la editorial, las traducciones, algo que me fascina hacer porque me permite seguir en contacto con los escritores. Acabo de traducir a un poeta chileno tal vez no tan conocido, pero para mi uno de los más importantes, Jorge Teillier. Presentaré el trabajo en mayo, en el Festival de Poesía de Milán. El año pasado fui invitado a Santo Domingo, República Dominicana, porque un autor que publiqué hizo un festival allá y me invitó, otro tanto pasó en El Salvador y sucederá lo mismo con la obra del autor chileno. Mi vida se mueve alrededor de los libros y los autores que publico. El interés por los libros me lleva a no desperdiciar tiempo, a aprovecharlo al máximo, junto con el contacto humano que conlleva».

De aquí y de allá

El de la migración es un tema que le apasiona desde siempre. Lo ha desarrollado tanto en sus libros como en el marco del festival que creó y que organiza. Al respecto, junto a su análisis compartió también su experiencia. «Casi todos los uruguayos somos hijos de emigrantes y quienes nos vinimos a Europa somos emigrantes de vuelta, retornamos a lugares desde los cuales partieron nuestros antepasados -mis abuelos desde Santa Marta de Ortigueira, en Galicia, España-. De a poco, el país que dejaste y que tienes en la cabeza, en este caso el Uruguay, sigue presente, pero ‘falseándose’. Cuando vuelves, descubres que el país que dejaste ya no es el que viviste, que cambió desde el momento en que pusiste un pie en el avión. Y uno también ha cambiado, por supuesto. A los migrantes nos queda en la cabeza un país imaginario. Los emigrantes somos portadores sanos de países imaginarios. El Uruguay que yo tengo en la cabeza es un país que no vive más, que no existe más. Es natural. Y también cambié yo, claro. Al volver te sientes un poco más extranjero en tu país de origen que en el lugar al cual te mudaste. Te sientes ajeno porque no contribuiste a ese cambio. Todo era distinto a como lo conservaba en la cabeza. Llegó un momento en que me di cuenta de que ya no pertenecía completamente a Uruguay. Sigo siendo uruguayo, con los valores que tenía cuando me fui. Sigo enamorado del país y, al mismo tiempo, soy también italiano, porque hace más de 40 años que vivo aquí».