En unos días, formalmente accederá a la jubilación luego de casi cuatro décadas de trabajo en Secundaria y en UTU. Decidió despedirse de sus compañeros con un sentido texto en la cartelera sindical a través del cual, la profesora de historia Ana María Caballero, además de referirse a sus 39 años en la docencia, realizó un profundo análisis sobre la situación de la educación pública uruguaya. Como “liberador y triste” definió este paso que le toca dar por las circunstancias generales en las cuales el mismo se ha concretado.
Ana María Caballero es minuana y toda su educación transcurrió dentro del ámbito público: Jardinera (hoy Educación Inicial) en la Escuela Nº12, los seis años en la Escuela Nº2 y los seis en el Instituto Eduardo Fabini, institución a la cual ingresó en 1977 y de la que egresó en 1982. «Era el Liceo Departamental. Tenía cuatro turnos y alrededor de dos mil estudiantes. Era el único liceo en Minas, porque en 1982 se inauguró el Liceo Nº2 Molino Viejo (ubicado desde hace varios años en el Barrio Olímpico). Era un súper liceo donde convivíamos alumnos de diferentes edades. No tengo formación universitaria, pero por haber elegido los últimos 15 años y haberme especializado en Bachilleratos, sobre todo de Derecho, aunque los he mezclado con los de Economía, una visita con asiduidad las facultades y mantiene un intercambio interesante. En mi opinión, el Fabini, en aquel momento tenía ese clima propio de los centros de estudio terciarios. Tener a la biblioteca como referencia obligada para los estudiantes y una serie de actividades culturales... ».
Hasta lo 20 años, «toda mi educación fue dentro de la dictadura. Me perdí de muchos profesores, de mucha bibliografía. Sin embargo, le agradezco a la educación pública y sobre todo al Instituto Fabini por no haber sentido el rigor de la dictadura de una forma racional hasta que me recibí y entendí un montón de cosas por fuera». En ese sentido comentó que dentro de la institución «estábamos muy politizados. Las generaciones actuales se asombrarían de cómo nosotros hablábamos de política (y de política partidaria) delante de profesores que no nos podían controlar. Eso escandalizaría a algunos políticos actuales que se dedicaron a perseguir a profesores y a estudiantes por hablar de política, cuando debería ser asumido como algo normal, natural y saludable porque, en definitiva, todo es política».
Con el tiempo, «una fue atando cabos y armando el puzle. Me di cuenta de un montón de cosas que sucedieron. Eso no evitó que fuéramos sensibles y comprometidos y que nos convirtiéramos en militantes. Todos los días te siguen ‘cayendo fichas’», continuó.
La historia
Al finalizar los estudios secundarios, Ana María Caballero se plantó ante la disyuntiva de cuál sería la carrera que continuaría, ya que dos opciones bien diferentes captaban su atención, más allá de que «la parte de historia siempre fue la más fuerte. También me gustaba mucho el dibujo (me sigue gustando, pero hace años que no tomo un lápiz). Era muy buena estudiante en dibujo y todos pensaban que seguiría estudiando por ese lado. Yo sentía una atracción muy fuerte hacia la parte histórica y hacia la docencia».
El factor económico, dentro de una familia trabajadora, también volcó la balanza y confirmó que en la historia estaba su futuro. «Mis padres no podían solventar una posible carrera de Arquitectura, aunque tampoco iría por ese lado, ya que no me gusta el dibujo técnico. Fui a una serie de talleres privados, siendo niña al de Miriam Caraballo, profesora que desde hace muchos años vive en Colonia, al taller de Casimiro Motta en Amigos del Arte, institución a la cual, con el paso de los años, retorné y fui alumna de otros profesores. Luego nació mi hija y creo que las últimas cosas que dibujé fueron para ella, en algún cumpleaños. No siento que tenga una asignatura pendiente con el dibujo, pero en algún momento, si así lo siento, lo retomaré», expresó.
Cursó Profesorado de Historia bajo la modalidad libre en el Instituto de Profesores Artigas (IPA) de Montevideo, mientras en el Instituto de Formación Docente de Minas cursaba las asignaturas comunes con magisterio. «No era fácil. Yo tenía 18 años, era una nena de mamá y papá. El primer examen que di en el IPA fue el 4 de diciembre de 1983, de Historia Nacional I. Me recibí en tres años, algo que no era fácil de lograr. Perdí un solo examen en toda mi carrera, el de Universal I, y fue prácticamente una catástrofe. El viaje de regreso a Minas fue horrible. Salvé el escrito y cuando pasé al oral, como no soy muda, pensé que estaba salvado, pero me preguntaron sobre cosas que no había estudiado y perdí. ‘No aprobado. Para estar aquí hay que saber’, dijo una de las profesoras de la mesa. Para mi eso fue devastador. Era una especie de cachetada, como que se tenía la idea que desde el interior íbamos a probar suerte, a ver qué pasaba. Eso me hizo madurar», destacó sobre aquella experiencia.
En el Liceo Eduardo Fabini realizó la práctica docente. «Eran tres años de práctica. Arrancábamos dando clases. Como profesores de práctica tuve a Ana María Sanguinetti en primer y tercer año y a Ramón Zabaleta en segundo, un docente que me marcó a fuego. Estaba en sus últimos años como profesor y me entregó la clase. Había formado a Lía Panero y a Estela González y yo había sido su alumna en segundo de Ciclo Básico. Todos sabemos cuál era la ideología de Ramón, su adhesión al proceso dictatorial y sabemos también la orientación ideológica de las compañeras. La docencia y las características personales superaban barreras», resaltó.
La docencia
Ana María Caballero obtuvo el título de Profesora de Historia en 1985. Al año siguiente comenzó a dictar clases tanto en UTU como en Secundaria. «No recuerdo por qué motivos, pero ese año las clases comenzaron muy tarde en el mes de marzo: en UTU el 18 y en Secundaria el 31. En UTU estuve cuatro o cinco años, siempre con pocas horas a disposición. A su vez, tres días por semana viajaba a Solís de Mataojo y tres a Mariscala, en Secundaria. Necesitaba coordinar de mejor manera los horarios, no pude hacerlo y renuncié a las horas en UTU, lo que hizo que perdiera antigüedad dentro de la institución. Regresé 10 años después, ya casada, con mi hija, al frente de un grupo, y concurso mediante accedí a efectivizarme en UTU (desde hacía años lo era en Secundaria)».
También fue docente en el Liceo de Piriápolis durante dos años. «En 1986 se accedía a esa posibilidad por designación directa, no por elección de horas. Alguien le pasó a mi padre el dato de que el director del Liceo de Piriápolis, Eduardo Láens Curbelo, profesor de literatura, quien vivía en Minas, necesitaba un docente en historia. Tomé la bicicleta y fui hasta su casa. Me atendió su señora e hice mi petición para dar clases en el Liceo de Piriápolis. Allí estuve durante 1987 y 1988. En 1987 tuve mi primer año como docente en el Fabini. En Lavalleja, exceptuando los liceos de José Pedro Varela y de Batlle y Ordóñez, he dictado clases en los liceos 1 y 2 de Minas, en Solís de Mataojo y en Mariscala. En Villa del Rosario no porque tenía otras opciones. Además, la institución tenía otra clase de plan de estudios que en mi opinión fue una suerte de plan piloto de la experiencia (Germán) Rama».
En 39 años de carrera docente, Caballero transitó por una serie de variantes, planes, reformas y transformaciones. «Arranqué a trabajar con los planes de la dictadura, luego vinieron el plan ’86 y el plan ‘96 (Plan Rama) en el que no trabajé porque en los liceos donde estaba se negaron a aplicarlo (Liceos 1 y 2 de Minas), a partir de la acción de las direcciones, presionadas por los cuerpos docentes. Minas pagó un costo altísimo por eso, sobre todo los equipos de directores, las partidas económicas eran mucho más reducidas y los liceos que adhirieron a la reforma Rama obtuvieron un montón de beneficios. La intencionalidad era muy marcada y los docentes lo sabemos perfectamente. Es muy difícil plantearle a la sociedad la ‘selva’ que es la educación y cómo somos un ‘botín de guerra’. Al sistema realmente no le importa lo que pase con los estudiantes ni con los docentes, sino quedar bien con la tribuna, que es la ciudadanía, siempre y cuando haya elecciones».
Desde su experiencia de casi cuatro décadas de trabajo, afirma que ser docente «es una labor muy individualizada y, en algunos aspectos, egocéntrica. Uno está continuamente compitiendo con otros, aunque no quiera. Es el sistema el que nos hace así, competir por puntajes, por horas, porque dentro de un ordenamiento, el que va segundo puede quedarse sin trabajo».
Tiempos violentos
«Este inicio de clases fue de los peores que he visto en mis 39 años de trayectoria», aseguró, para luego referirse a situaciones que tristemente son del diario vivir dentro de las instituciones educativas. «La violencia que tenemos en los centros educativos es tremenda, no solamente peleas entre los gurises sino también agresiones físicas y verbales sobre el cuerpo docente y los funcionarios, la forma en la cual los adultos se manejan dentro de las instituciones, con una impunidad que asusta y todo porque, de repente, se les dice que no se les van a cambiar a su hijo de turno o de grupo, potenciado si el docente o el funcionario es mujer. Hoy eso es moneda corriente», lamentó.
Estas y otras situaciones han determinado que «uno de los grandes problemas actuales sea el de la salud mental, derivada de las condiciones de trabajo y de estudio». Como «la educación es un espejo de lo que pasa en la sociedad, transitamos una emergencia».
¿Y el futuro?
A modo de despedida de sus compañeros del Liceo Eduardo Fabini, Ana María Caballero, en su último día de clases como docente, compartió un texto que colocó en la cartelera sindical. «Fui muy honesta. Claro que voy a extrañar a los estudiantes, pero mucho más a mis compañeros. Fue una especie de diagnóstico rápido, porque esa carta fue hecha entre lagrimones, a las apuradas y es visceral. Dije que me iba con uno de los peores escenarios que hubiese pensado presenciar. Cuando entré al sistema, casi 40 años atrás, tenía otras expectativas. Me retiro sin haberlas cumplido. La situación es mucho peor. Cuando ingresé, salíamos de una dictadura, no teníamos a todos los profesores que debíamos tener. Los gurises están en plena democracia y piensan que todo está servido, mientras nosotros teníamos que luchar, aunque fuera inconscientemente, por un montón de cosas». Señaló que «un porcentaje altísimo de alumnos egresa de la escuela apenas sabiendo leer y escribir y salen de Secundaria casi en las mismas circunstancias. Como dicen los pedagogos, hay una pasada de cuentas continua entre los subsistemas. Llegan sin dominar la lectoescritura ni los hábitos de trabajo. Pedagogos y técnicos dicen que ‘no hay temas de interés para los estudiantes’. ¿Cuál es el tema de interés de un adolescente de 13 años? ¿Qué pasa si responde que no quiere nada? No se puede seguir trabajando de ese modo. Estamos al borde del abismo», calificó. Al respecto, recordó un texto del profesor Gustavo Espinosa, «quien dictó clases en Minas y es amigo personal de muchos profesores. Lo conocí en la ATD (Asamblea Técnico Docente). Es una especie de ensayo, ‘La chica que me cuida al Yonatan’, donde despliega su planteo sobre que la chica que cuida la educación pública transformada en guardería de niños pobres, porque el Yonatan es hijo de otros obreros y no lo pueden llevar a un colegio privado. Y al Yonatan, cuando quiere ir, claro, lo dejan en el liceo, en la UTU o en la escuela, instituciones que tienen que estar a su disposición y de lo que sus padres digan». A la falta de respaldo a la labor docente, contrapuso que en pandemia, «éramos esenciales» y al tiempo en el que «hicimos paros y ocupaciones y un gobierno de izquierda firmó un decreto de esencialidad. ¡Si habrá que luchar!».
«Es liberador. Y por eso también es triste», reconoce sobre las sensaciones al momento de jubilarse. «Tengo 60 años recién cumplidos y casi 40 estuvieron a disposición de la educación. El sistema no te reconoce nada: ‘Muchas gracias por sus servicios, acá terminó su ciclo’ y chau». Planteó sus dudas sobre lo que pase en el período de gobierno que se inicia en temas vinculados a la educación. «No sabemos si con las nuevas autoridades el sistema va a cambiar. Soy una mujer de izquierda. Si me preguntan si tengo esperanza sobre cambios en cuanto a la parte pedagógica, respondo que no. Tendremos un alivio en la participación, seguramente nos darán algunos pesos más y habrá un afloje en la persecución, porque en estos cinco años fue brava. De fondo, las nuevas autoridades no dicen nada sobre la educación por competencias, que es lo más aberrante», cuestionó. «Ingresé al sindicato y salí casi enseguida en los ’80. Cuando volví, me dije: ‘Ahora no salgo más, peleo adentro y con todo’. Me arrepentí de no haberlo hecho antes. Me siento muy cómoda en la parte sindical, ahí está mi ADN. Nos permite a los afiliados ser lúcidos e independientes. Soy una mujer de izquierda, pero primero soy sindicalista», declaró la profesora Ana Caballero.