“CUANDO UNO ES FELIZ NO ESCRIBE, SIMPLEMENTE VIVE ESA EXPERIENCIA HASTA QUE SE ACABA”
Acaba de aparecer en las librerías un nuevo libro de
Leonardo de León (Minas, 1983) titulado “Me acuerdo”, donde hace un recorrido
por su vida a través de recuerdos en un ejercicio intenso e interesante de
momentos vividos que generan asombro, risas, sorpresas y destacan su ingenio.
¿Qué te llevó a
escribir este libro?
Se dice que uno no escribe lo que quiere sino lo que puede,
pero en el fondo ese juicio es muy optimista. Yo diría que uno ni siquiera
escribe lo que puede, sino lo que la vida le permite escribir. Me refiero a que
las condiciones sociales (y su encarnación en la vida individual) son bastante
tiranas, realmente fatales, a la hora de hacerse tiempo para escribir. Esa es
la materia primera de toda praxis: el tiempo. Y mi vida, si bien goza de
algunos privilegios, hace mucho que no cuenta con la variable del tiempo libre.
«Hace tiempo que mi tiempo escasea». ¿Cómo escribir, entonces, cuando lo que
falta es precisamente esa condición inalienable de la escritura? Pues forzando
a que la escritura misma transforme sus condiciones. Fue así que me inventé un
proyecto de redacción fragmentaria. «Me acuerdo» es un libro de entradas breves
(casi tweets), escritas al pasar, casi de modo repentista, que enumera pequeñas
instantáneas, momentos fugaces de mi pasado y del pasado de mi generación.
¿Cómo surgió la idea?
La idea surgió a partir mis clases de filosofía con Sandino
Núñez. Allí hablamos mucho de la visión capitalista de progreso. «Me acuerdo»,
entonces, surgió como un simple proyecto literario destinado, con suma
modestia, a contribuir con ese cambio de dirección. Pero ojo, no fue escrito con
el ánimo nostálgico de «todo tiempo pasado fue mejor», sino más bien con el
ánimo de inducir cierta reflexión sobre ese pasado. Es lo que algún filósofo
llama «movimiento retroactivo», es decir, una vuelta al pasado con todas las
prácticas del presente metidas en la mochila.
¿Cuánto hay de
autobiografía y cuánto de ficción en estas memorias?
La memoria es sospechosamente, siempre, una ficción.
¿Recordamos las cosas tal cual ocurrieron? ¿Acaso la memoria registra toda la
complejidad de una situación? ¿No será que la memoria selecciona y sintetiza
esa complejidad en una escena más o menos segura y estable? Y, ya que estamos,
¿qué tan estable es ese registro? ¿Acaso los recuerdos no cambian con el
tiempo? Cada recuerdo se ve amenazado por otros, y a veces las imágenes de
experiencias divergentes se fusionan, discretamente elaboran alianzas, acoples,
incrustaciones, ligazones parciales, también corrimientos, desfasajes,
fragmentaciones, proyecciones, contagios, etcétera. La memoria es una verdadera
coctelera. Además, todo recuerdo está resquebrajado por un componente de
ficción que llamamos olvido. Todo recuerdo carga consigo una dosis inescrutable
de olvido que lo vuelve, de plano, un reflejo alterado de la experiencia
original. Intenté retratar mi memoria del modo más fiel posible, forzando el
lenguaje a la expresión más ajustada y precisa, pero siempre alertándome -y
alertando entre líneas al lector- de que esa memoria posee, insisto, una
naturaleza indeterminada. Mientras te contesto se me ocurre la siguiente
analogía, seguramente robada de algún libro que leí: la memoria es como un
pasaje en prosa que siempre puede corregirse y puntuarse otra vez. El Leonardo
de León que se retrata en el libro no es nada más que un conglomerado de
imágenes dudosas que podrían escribirse y ordenarse de otro modo. El verdadero
Leonardo no es, ciertamente, pues, ese Leonardo sustancial que aparece en los
recuerdos del libro, sino más bien la conciencia activa que se escribe y se
piensa más allá de las condiciones concretas de su vida y su desarrollo. Yo
mismo me sobrevuelo y me trasciendo. Lo paradójico es que nada puede decirse de
esa conciencia, está fuera de lo sustancial: no se encuentra «en» las palabras
del libro sino «entre» ellas.
¿Hay diferencia entre
recuerdos y memorias?
Qué difícil pregunta. En mi opinión, la memoria es una
operación, el acto mismo de recordar. Los recuerdos serían los contenidos
concretos que van apareciendo gracias a ese acto. Mi libro enumera recuerdos,
pero dichos recuerdos fueron cuidadosamente dispuestos para sugerir, a través
de un ordenamiento específico, un modo de hacer memoria. ¡Ja! «Hacer memoria»,
dije. ¡Qué linda expresión! Explica bien el asunto porque muestra que la
memoria, entendida como operación, es un modo de hacer, de crear, de inventar,
no una determinación maquínica o preestablecida que simplemente obedezco. Yo
hago a mi memoria. Yo «me» hago. Yo elaboro mi propio yo. Eso es lo
interesante: siempre hay un divorcio entre un yo y el otro, pertenecen a mundos
distintos. Cada sujeto encarna el mismo divorcio, con mayor o menor carga
dramática. Por eso cuando oigo que alguien dice «Yo sé quien soy», no pierdo un
minuto: me retiro inmediatamente. Ese tipo es un peligro.
En tus “Me acuerdo”
no hay cronología ¿fue a propósito?
Creo que al repasar nuestra vida no encontramos un retrato
íntegro, cronológico y lineal. Más bien todo lo contrario: los recuerdos nos
invaden en un aluvión inconexo y arrasador, donde reina el caos o el
encadenamiento por asociación libre. Vamos de un recuerdo a otro rompiendo la
cronología de los eventos, y cualquier detalle, por mínimo que sea, puede
funcionar como trampolín para lanzarnos a la imagen siguiente. Por eso, como
lector, desconfío de las autobiografías: se presiente la falsedad del discurso,
el esfuerzo del autor por llenar los baches de su historia o eludirlos con
elegancia. Una autobiografía nos da la idea de una vida íntegra. No creo que
sea así: a nuestros ojos, la vida es un caleidoscopio, esquirlas en movimiento,
que se arman espontáneamente. Es decir: el pasado también está por verse, ¿no?
¿La búsqueda de esos
sucesos personales fue como tirar y que fueran saliendo cosas?
Nada existe por sí solo. Todo guarda alguna clase de
relación con otra cosa, ya sea por analogía o por oposición. Esto también se
aplica a los recuerdos. El libro comienza diciendo «Me acuerdo de incontables
cosas» y acaba diciendo «Me acuerdo de que me puedo acordar de algo que nunca
ocurrió». Todo el contenido que hay en medio de esas dos afirmaciones, es
decir, el libro entero, quiso ser una indagación profunda (lo más profunda
posible dentro de mis capacidades, y juro que las llevé al extremo) por
descubrir la lógica que las vincula.
¿Qué quisiste decir
al escribir un libro así, alejado de lo que ha sido tu potente obra poética y
narrativa? Acá no hay desarrollo poético ni narrativo.
Me agrada probarme en territorios nuevos. La consigna de
base era no explicar demasiado, sino poner al lenguaje en un funcionamiento
casi de cámara fotográfica y confiar en que el ordenamiento de las entradas
pudiera contar todo aquello que no estaba explícito. Se parece al modo en que
opera la poesía: comunicar por elipsis u omisión. Además, hay recuerdos que
narrativamente son, en sí, muy escuetos. Uno podría informar al lector sobre
todos los factores que hacen al contexto de un recuerdo, pero eso hubiera
malogrado el hechizo que me proponía alimentar. Quería meter al lector en mi
cabeza, hacerlo viajar por mis recuerdos a mi propia velocidad. El lenguaje
tenía que ser seco, directo, y transmitir sutilmente, de un modo embrionario
pero eficaz, la mirada del niño o del adolescente que vivía el momento
retratado. No fue sencillo. Tuve que escribir con la rienda corta, anestesiando
ese empuje. Y creo que el efecto es muy bueno: en cada frase se siente la
tensión de un avance contenido, como si la frase estuviera de pecho hinchado,
aguantando la respiración.
Hay en los “Me
acuerdo” un constante regreso a tu infancia, a tus enfermedades, a los
psicólogos, a tus miedos, a hechos que para el lector pueden ser banales ¿por
qué le diste ese sesgo tan ajustado?
Porque mi vida ha sido, en buena parte, infancia,
enfermedades, psicólogos, miedos, y hechos banales. Como la vida de tantos.
Como la vida de todos, creo yo. También he tenido otras experiencias, pero con
ellas no se hace literatura. Me refiero a la felicidad. Cuando uno es feliz no
escribe, simplemente vive esa experiencia hasta que se acaba. Y entonces sí: ¡a
escribir!
Hay una fuerte
presencia de tus padres y tu abuela ¿cuánto incidieron en tu vida?
Más de lo que podría contarte. Más de lo que yo mismo sé. Mi
abuela me enseñó a esperar. Mi padre, que se nos fue hace poco, me enseñó a
reír aun con un dolor que no se calla. Mi madre me enseñó a perdonar, y a
resistir.
En el libro reconoces
que hay cuatro antecedentes de “Me acuerdo”, el primero es Joe Brainard
(Estados Unidos 1942-1992), Georges Perec (Francia, 1936-1982), Margo Glantz
(México, 1930) y Martín Kohan (Argentina, 1967) este sería el primer “Me
acuerdo” uruguayo.
Cada uno de los «Me acuerdo» que se han escrito tiene sus
especificidades. Y es curioso, ¿no? Porque el «Me acuerdo» más renombrado y
leído es el de Georges Perec, y a mí me parece el más flojo de todos (y te
aclaro que Perec es, para mí, un verdadero maestro). El texto que yo tomé como
modelo fue, efectivamente, el original creado por Brainard en 1975. Lloré
leyendo ese libro. Brainard pone una atención al detalle digna de un artista.
Quise entrenar esa mirada, aprender a mirar así, mirar lo que nadie mira,
encontrar belleza donde creemos que no la hay. O como decía Borges: ver milagro
donde otros ven costumbre. A tal punto me ceñí al modelo de Brainard que me
propuse alcanzar con mi libro la misma extensión que el suyo: unas treinta mil
palabras. Así que su libro y el mío se leen más o menos en el mismo tiempo. Y
sí, este es el primer «Me acuerdo» uruguayo. Espero que no el último.
Si bien hay
sugerencias sociales que se dan por tu contexto personal, no hay “Me acuerdo”
políticos y muy pocos deportivos, cosas que están muy atadas a la uruguayos ¿no
hubo gravitación en tu memoria de hechos que lo marcaran?
Interesante observación. Es cierto que no exploré demasiados
en disciplinas deportivas, pero sí que menciono a los X-games, al tenista Pete
Sampras (por entonces número 1 del mundo), a Michael Jordan y al goleador de la
selección de Italia en el mundial del 90: Salvatore Schillaci. No hay mucho más
porque, supongo, el deporte ya no me interesa más que por su factor plástico.
Miro el resumen de los goles como quien mira una danza. Miro jugar a Federer
como quien disfruta en el teatro. La carga leve de eventos políticos puede
deberse a que el joven que fui se hallaba demasiado hundido en su goce
narcisista como para atender cuestiones de ese tenor. Sin embargo, creo
recordar ciertas salpicaduras respecto a la política argentina (muy infladas y
sobreatendidas por los medios locales, por cierto): el atentado a la AMIA, el
corralito, Menem conduciendo una Ferrari, Fernando de la Rúa escapando en el
helicóptero. Cuatro instantáneas que, a mi entender, y ahora que veo, resumen
perfectamente la historia reciente de nuestra vecina nación.
Hay varias críticas a
personas, sobre todo vinculadas a la educación ¿marcaron mucho tu vida?
Lo suficiente como para incluirlas en el libro. No voy a
desarrollar porque nos queda corto el espacio del periódico.
Los “Me acuerdo” de
las conversaciones con tu hija son brillantes, de un surrealismo y una poética
absurda de un nivel altísimo ¿cómo surgen?
Los niños se vinculan con el lenguaje de un modo poético.
Así como el poeta usa las palabras de un modo impropio a los efectos de ensayar
una rebeldía frente al modelo coagulado de significaciones, el niño hace lo
mismo pero no por rebeldía sino por desconocimiento. Quiero decir que ambos,
niño y poeta, se definen por imponer un extrañamiento lingüístico. Un niño, por
no saber el nombre de algo, realiza desplazamientos y metáforas en un grado muy
sofisticado de complejidad. Puede definir a una babosa, por ejemplo, como «un
caracol sin mochila». Cuando mi hija comenzó a hablar, no tardó demasiado en
arrojar ocurrencias de este tipo. Comencé a tomar nota de esas salidas con el
secreto objetivo de usar ese material en algún proyecto. Al terminar de
escribir «Me acuerdo» sentí que faltaba algo esencial de mi vida: mi rol de
padre. Entonces le pedí permiso a mi hija para incrustar algunos de esos
diálogos con ella a lo largo de todo el libro. Y no solo me autorizó. Ella
misma seleccionó el material y dispuso el orden de las entradas. Algunos
lectores me han dicho que esos diálogos son lo mejor del libro. Me alegra
tanto…
¿Qué significa haber
escrito este libro? Además con una preciosa impresión muy cuidada.
Significa que no tengo que hacerme cargo de venderlo (con
toda la fuerza de trabajo que eso implica) porque el editor se ocupa de casi
todo. Significa trabajar con gente muy dedicada en la que confío. También
significa extenderme sin moverme de casa, porque el libro está en todas partes.
También significa el fin de algo y el comienzo de algo más: un duelo que es
promesa. Un libro más y uno menos de los que estoy llamado a escribir. Y
constatar, una vez más, como me ocurre siempre, que no he escrito el libro que
sueño, y que por lo tanto fracasé. Fracasé otra vez. Pero fracasé mejor.
“Me acuerdo” está en las librerías de Minas Acuarela y Romaca, a 420
pesos.
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