El periodista y escritor Julio César
Romero Magliocca estuvo en Minas presentando su último libro “La
vida íntima del Padre Cacho”, escrito conjuntamente con Julio
Alonso, hermano del Padre Cacho.
Romero Magliocca, ya había escrito y
publicado “Un Cacho de Dios” en 2012, el que tuvo una inusitada
repercusión. Recibió varios premios, fue reconocido de Interés
Departamental, Nacional y Cultural, y recibió dos bendiciones
apostólicas del Vaticano.
El Padre Cacho, cuyo nombre era Rubén
Isidro Alonso, nació el 15 de mayo de 1929 y falleció el 4 de
setiembre de 1992. El 24 de mayo de 1978 comenzó a vivir en el
barrio Plácido Ellauri, de Montevideo, donde vivió hasta el último
día de su vida, entregado a su causa que eran los pobres.
Previo a la presentación, en el Centro
Cultural Casa de la Juventud, Romero Magliocca conversó con la
prensa, lo que sigue es parte de ese encuentro.
Escribió dos libros sobre el Padre
Cacho, y con dos enfoques diferentes.
Este nuevo libro surgió por la
invitación de Julio Alonso -el hermano del Padre Cacho-, que vive en
Venezuela, y que quería tratar el tema desde un lugar más íntimo.
Contar pasajes de sus vidas juntos, de niños, de la formación
salesiana, a los colegios que concurrieron, algo más íntimo de lo
que significó “Un Cacho de Dios”. En este libro le doy la voz a
mucha gente colaboradora de la obra, para que cada uno de ellos
colocara una piecita para el conocimiento de Cacho. Esto es más
íntimo, por eso el nombre del libro, que fue elegido por el hermano
de Cacho, quien promediando la década del ’70, en plena dictadura,
era un perseguido político. Había sido secretario de Juan Pablo
Terra, y corría peligro de ir preso y se fue con la familia a
Venezuela, donde se radicó.
El Padre Cacho, ¿fue perseguido por
la dictadura?
Sufrió hostigamiento por la tarea que
realizaba, que era de concientización de los jóvenes. Él tuvo una
primera experiencia en Rivera, se reunió con los jóvenes, de alguna
manera les dio esperanzas a sus ideas. No era un revolucionario.
Llevaba la palabra de Dios a los jóvenes y eso no era bien visto por
la dictadura. Pensaban que era una célula sediciosa.
¿No pertenecía a la Teología de
la Liberación?
Estuvo relacionado con personas que
estaban en los lineamientos de la Teología de la Liberación, con
las ideas de Paulo Freire. Estoy seguro que incidió en él, que
manejó un montón de herramientas para manejarse con esa experiencia
que Cacho hacía con la gente en un barrio pobre. Cacho siguió
siempre la línea de Don Bosco.
¿Qué nos puede decir de la obra
del Padre Cacho?
Es una gran obra en uno de los barrios
donde se centra la mayor pobreza de Montevideo. Esa franja que va
desde Aparicio Saravia hasta Instrucciones es la parte más pobre de
Montevideo y se perpetúa en el tiempo. Es un barrio que empezó a
formarse por 1950, comenzó ante la crisis de la campaña, que hizo
que la gente se trasladara a la ciudad como tabla de salvación, a
acercarse a alguna fábrica, a trabajar en el puerto, de albañil,
pero la gran mayoría de los que se establecen, lo hacen en
ranchitos, y como sabían el manejo del caballo y del carro, les daba
la posibilidad de tener el dinero de todos los días, a través de la
recolección y posterior clasificación de residuos, para vender en
los depósitos del barrio y con eso sacaban la diaria. Y Cacho llegó
ahí a organizar a esa gente, a la más pobre entre los pobres.
¿Cómo fue el comienzo? ¿Lo habrán
visto con cierto recelo o se integró inmediatamente?
Cuando llegó, era plena dictadura. Los
barrios pobres eran muy castigados por las razzias. Buscaban a dos o
tres, cercaban todo el barrio y cargaban los ómnibus de personas. El
pobre que tenía un trabajo lo perdía porque lo tenían una semana
preso sin razón, mientras se lo investigaba. Entraban a los ranchos
en forma indiscriminada. Cacho iba a las comisarías a interceder por
la gente del barrio.
¿Cómo se vinculó usted con el
Padre Cacho?
Lo conocí como vecino. Estaba a unos
150 metros de casa. Llegué al barrio dos años después a la llegada
de Cacho a la zona. Me sonaba raro que estuviera un sacerdote ahí,
inserto en un barrio pobre. Él vivía en un ranchito, igual a los
vecinos. Ahí empecé a tomar contacto con esa realidad. Cacho llegó
en 1978 al barrio y al año siguiente lo fueron a buscar 78 familias
de vecinos que vivían en una zona, sobre Aparicio Saravia, porque
iban a ser expulsados del predio que habitaban. Los ranchos eran
precarios, se podían montar y desmontar. Él se conectó con una
parroquia de contexto más pudiente, la Stella Maris de Carrasco.
Allí se estaba formando un grupo de damas de mucho dinero que
querían ayudar en barrios pobres y que no sabían cómo hacerlo. Dos
sacerdotes que estaban allí las conectaron con el Padre Cacho. Así
se detuvo la expulsión del predio, los terrenos fueron comprados, y
se empezaron a traer bloqueras para luego hacer las viviendas. Lo
primero que se construyó fue un centro comunal, donde se hicieron
piletones para lavar la ropa y un lugar donde reunirse. Todas ideas
iban surgiendo, y se iban concretando. Lo que más me impactó fue el
día de su muerte, donde me di cuenta qué tan grande era. Me
impresionó ver a cuatro mil personas, a cincuenta carritos detrás
del féretro de Cacho. La gente, su gente, había cepillado un
caballo blanco durante toda la noche, pulido los arneses para darle a
Cacho lo mejor que podían. Acondicionaron un carro con flores y poco
menos que al momento de sacarlo del lugar donde lo estaban velando,
lo subieron a ese carro, sacándoselo a la empresa fúnebre,
recorriendo las nueve comunidades en las que Cacho había trabajado.
¿Cómo fue la relación del Padre
Cacho con la Iglesia? ¿Chocaba con las autoridades?
Y sí. Cuando volvió de esa
experiencia en Rivera, lo hizo muy dolorido porque no sintió apoyo
de la congregación salesiana, como que lo dejaron solo. Al llegar a
Montevideo se reunió con el arzobispo Carlos Partelli, a quien le
pidió pasarse al clero secular, lo que le daba más libertad, algo
que no tenía con los salesianos. El clero secular le permitía vivir
entre los pobres y no dependía de la congregación, que lo hacía ir
a dormir, y a vivir en comunidad. Entonces pasó al clero secular con
el apoyo del arzobispo de Montevideo, pasando a la Parroquia de
Pozzolo, inserta en el barrio Marconi y Las Acacias. Ahí Cacho hizo
como una exploración diaria, queriendo saber cómo se vivía en el
barrio, se encuentra con un idioma nuevo para él, el idioma de los
pobres. Él venía de otra cultura.
¿Aún queda algo por contar de
Cacho?
Pienso que quedan cosas pendientes. Hay
una cantidad de cosas que atesora gente que por momentos me las van
soltando de a poquito. Ahora tomó más relevancia aún lo de Cacho
porque puede llegar a ser el primer santo uruguayo. La causa de
canonización de Jacinto Vera lleva cien años y es muy difícil
reunir testimonios sobre él. Lo de Cacho es más reciente. Cuando
asumió Daniel Sturla como arzobispo de Montevideo y al viajar a Roma
habló con quien lleva adelante el tema de Jacinto Vera. Esta persona
le dijo que había que apurar el tema de Cacho porque tiene que ser
antes de los 25 años de su muerte. Y ya vamos por los 24 años…
Se le adjudica un milagro al Padre
Cacho.
En este nuevo libro, en consulta con
Sturla, cuento lo que considero fue un milagro personal que nos pasó
a nuestra familia en 2013, donde casi perdimos la vida ahogados en
Villa Argentina, en Atlántida. Todo el contexto de lo que pasó.
Estaba haciendo la plancha, tratando de salvarme, sin saber nadar. Lo
cuento en el libro. Me quedaban pocas fuerzas, viendo que mi mujer
estaba prácticamente ahogada. Las fuerzas no me daban y uno se
aferra a lo que venga. Creo mucho en Dios y en Cacho porque me ha
dado señales. En esos momentos donde estaba tratando de sobrevivir
decía: Cacho, no quiero morir así; Dios no quiero morir así. A mí
me salvó una persona a la que nunca más vi -no pude ni siquiera
agradecerle-. Mi señora quedó tirada en la arena, con gente de
Prefectura asistiéndola. Vi dos personas llegando, les pregunté si
eran doctores, y eran Grado 4, intensivistas, el doctor Cabrera y su
señora. Casualidad o causalidad. Cuando llegamos con mi señora en
ambulancia a Impasa, el médico me dijo que estaba grave, que no se
sabía si se iba a salvar y que si esto acontecía estaban las
lesiones que le podían quedar en el cerebro por el tiempo
transcurrido. Mi señora no tiene ninguna secuela. Cuando le conté
todo esto a Sturla en 2014, me dijo que había invocado al Padre
Cacho y a Dios, y que eso era un milagro. Claro, todo eso lo verifica
el Vaticano… Sentí que lo tenía que contar, a pesar de que casi
me cuesta el divorcio con mi esposa. (Se hace una pausa muy emotiva y
agrega) No soy persona de ir a la iglesia, de rezar. Cuento esta
historia como un vecino, pero lo más cercano a Jesús que yo me
imagino lo encuentro en Cacho. Una persona totalmente desprendida, de
compartir su comida y su ropa.
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