Al entrar en el taller de
guasquería de Marcelo Gallone, uno inmediatamente se interesa en el
panel de herramientas y en la mesa de trabajo, que ocupan toda una
pared de lo que debería ser el living de la casa.
Hay allí herramientas que
no se ven en ninguna otra parte, y algunas de ellas parecen salidas
de una cámara de tortura de alguna
película de terror. Pero ninguna de esas herramientas se utiliza
para hacer daño a nadie, sino para trabajar el cuero fresco, de mil
maneras diferentes. Marcelo hace con ellas broches, cintos, arreos
para montar caballos, vainas de cuchillos y facones, y mil cosas más.
“Algunas son
herramientas que se utilizan en otras profesiones y que yo he
adaptado, y otras son muy específicas y no se encuentran en Uruguay;
suelo encargarlas, cuando puedo, a amigos que viajan al exterior, a
Argentina o a Europa”, cuenta Marcelo a Primera Página,
durante una visita que le hicimos a su casa/taller, cerca del
Hospital Alfredo Vidal y Fuentes, en Minas. Nos recibe con boina,
pañuelo y un delantal de cuero. Está trabajando mientras
su hija pequeña duerme una siesta en la habitación de al lado.
UN COMIENZO TEMPRANO
Cuando nació, su familia vivía en el cruce de las calles Lavalleja
y Sarandí, en Minas, y ya cuando era niño, a los 8 o 9 años, se
mudaron a Amilivia e Ituzaingó, al lado del Club Zamora.
Eran seis hermanos, y Marcelo es uno de los del medio, por lo que
debió, como todo hermano del medio, a arreglárselas sólo. “En
casa, cuando mis hermanos grandes se iban a jugar, yo solía quedarme
en casa, en un galponcito con mi abuelo, que hacía guasca y me
enseñaba; fue el primer contacto que tuve con el oficio”, cuenta.
El oficio de soguero (como se le dice en el sur argentino) o
guasquero, como se le llama en el norte argentino y en Uruguay, fue
históricamente en nuestro país muy común, sobre todo en el campo y
aledaños. “Materia prima había de sobra, las cosas se rompían, y
alguien tenía que saber arreglarlas o fabricarlas”, dice Marcelo,
quien recuerda como su abuelo desarrolló el oficio mientras
explotaba un muy pequeño campo ganadero de sólo 100 hectáreas,
cerca de Minas. La palabra “guasca” es de origen quechua, y
quiere decir justamente “cuero fresco”.
RECORRIENDO EL PAÍS DESDE JOVEN
Al terminar la escuela primaria, Marcelo no mostró demasiado
entusiasmo con el liceo, y la familia decidió mandarlo a vivir al
campo del abuelo, a trabajar allí, desde los 14 años. En el campo,
en la zona de las costas de Santa Lucía y El Soldado, comenzó a
cortar maíz y a hacer carpidas, y muchos trabajos se los conseguía
su abuelo, al tiempo que continuaba enseñándole
el oficio, al que comenzó a dedicarse más en serio a partir de los
17 años. Marcelo muestra, con cariño y orgullo, las dos primeras
piezas de guasquilla que hizo entonces, una presilla que guarda junto
a una herramienta para alambrar, y una vaina de cuchillo.
A los 20 años consiguió una changa para trabajar como peón y
encargado en una estancia en la zona del Cerro Catedral. Sólo, lejos
de todo y sin luz eléctrica. La localidad más cercana era Aiguá, a
unos 60 km de distancia. Luego de poco más de un año no aguantó
más la soledad y volvió a Minas. Y ya no quiso volver a trabajar al
campo.
En Minas comenzó a trabajar haciendo
changas, pero siempre conservando el oficio de guasquero como trabajo
secundario y perfeccionando su arte, muchas veces consultando a otros
artesanos más veteranos.
A los 26 años consiguió trabajo en la empresa forestal Eufores.
Primero en el monte, y más adelante tomando mediciones de
superficies de bosques, con GPS. Estuvo trabajando con la empresa
hasta los 31-32 años.
A los 33 años se fue a Montevideo, y allí comenzó a dar clase de
soga, primero en un local en el centro comercial de Punta Carretas, y
más adelante, como los tiempos no daban por los traslados, en un
taller que montó en su propia casa. Al mismo tiempo recorrió
ciudades, pueblos y pueblitos buscando colegas en su viejo oficio.
“La guasquería se aprende conversando y mirando a otras personas
trabajar, e intercambiando. Unos me recibían de buena manera, otros
no, y algunos tapaban las cosas que estaban haciendo, cuando yo
llegaba. El guasquero uruguayo es escondedor”.
Quizá, “por eso el oficio se perdió en el Uruguay durante unos 60
años”, opina Maercelo. “Los guasqueros no enseñaban el oficio a
otros, y así se perdió el arte”, que en los últimos años se ha
recuperado. Este proceso ha sido fomentado también por los concursos
que se realizan ahora. Los de El Prado en Montevideo y de la Patria
Gaucha son los más conocidos del país. Ahora es normal que los
guasqueros tengan aprendices y alumnos. Marcelo tiene al menos una
decena, en un taller en Montevideo que le cede un amigo, y que
atiende los fines de semana, cuando no tiene que trabajar en Minas.
VOLVER AL PAGO
Marcelo
volvió de Montevideo a Minas hace un año, porque la familia tira,
tenía a una hija ya crecida viviendo acá. Ahora tiene su casa y su
taller, junto a su actual pareja, cerca del hospital. Ella trabaja en
Montevideo todos los días, y Marcelo en Minas, hasta la tarde en la
camioneta contratada por la UTE, y luego, hasta la noche, como
guasquero, mientras cuida a su hija más pequeña, que duerme una
siesta mientras su padre conversa con Primera
Página.
Gallone es un guasquero muy premiado. Ha sido reconocido con diversos
premios en los principales concursos del país, Patria Gaucha y la
Rural del Prado, en las tres categorías en que se compite, Tiento
Fino, Paseo y Trabajo. Las cocardas cuelgan en una de las paredes de
su taller, y algunos de los trabajos
premiados también.
La guasquería estuvo en riesgo como oficio durante unos cuantos años
en Uruguay, pero ya no es así. Y Lavalleja
es uno de los departamentos con mejores guasqueros en todo el país.
Marcelo recuerda a Guzmán Puchalvert de Mariscala, el primero que
comenzó a enseñar a discípulos en Lavalleja, a Líder Larrosa de
Pirarajá, “de lo mejor que tenemos”, y a su hijo Antonio en
Minas, un gran artesano y artista. Están además “El Gringo”
Merhoff y Sosa, del barrio Las Delicias.
Según Gallone, uno de los mejores rasgos de los guasqueros es cuando
logran que sus propios alumnos los superen, y es algo que han logrado
por ejemplo, y según Marcelo, tanto Puchalvert como Larrosa.
Quienes deseen contactarse con Marcelo pueden hacerlo a través de su
página de Facebook, Marcelo Gallone Chiribao, en
la que además pueden admirarse muchos de sus trabajos.
Un trabajo bien cotizado
Marcelo tiene establecida
una tarifa muy estricta. Mide el valor de las piezas por el tiempo de
trabajo que cada una lleva para completarla.
Cuantas más horas toma el trabajo, más valiosa
es la pieza. En un rincón de su taller
cuelga un cinto, que aún no está terminado. Está hecho con trenzas
patrias, cosidas entre sí. En total llevará varias semanas
confeccionar el exquisito cinto. Cuenta Marcelo que su costo
estimado, cuando ya esté listo, será de unos
cuantos miles de pesos, y que ya está vendido porque fue
hecho a pedido y con instrucciones precisas. Trabaja por lo general
por encargo, y sus trabajos suelen ser cotizados porque le llevan
mucho tiempo. “No llegan a mi taller a hacer
pedidos ni peones, ni domadores; en general se trata de 'antojos' de
gente de buen nivel económico, que puede pagar bastante dinero por
un trabajo fino, que lleva muchas horas”, dice.
Marcelo trabaja ahora como
chofer en una camioneta contratada por la UTE, y termina su jornada
laboral a las 16:00 horas de lunes a viernes. A esa hora comienza a
trabajar en su taller de guasquería, y muchas veces la jornada allí
se alarga hasta la una de la mañana del día siguiente.
Trabaja con materia prima
de primera calidad, incluyendo argollas, frenos y otros artículos de
metal, muchas veces de alpaca o plata, que debe traer de Argentina,
porque en Uruguay no pueden conseguirse.
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