(6ª parte de siete)
Nos despertamos a las seis de la mañana
en lugar de a las dos. Nos dormimos. Salimos
rápidamente de las
carpas. Todo está blanco por la tormenta de nieve de la noche, y
hace un frío terrible. Hay viento fuerte y los dedos quedan
agarrotados inmediatamente. Nos ponemos a averiguar qué ha pasado
con el resto de los grupos. Los soldados que están como “refugieros”
-que están de guardia en el refugio, por una semana- nos dicen que
tres grupos salieron entre la una y las dos de la mañana, hacia la
cima, pero que difícilmente puedan alcanzarla. Hay mucho viento,
nieva, y hay poca visibilidad, y con el viento el frío que se siente
es terrible y hay riesgo de congelamiento.
El grupo de veinte soldados que
ascendió hasta aquí ayer, prepara sus mochilas, pero no para subir,
sino para bajar. Nos dicen que en esas condiciones es imposible hacer
cima. Uno de ellos dice que a lo largo de su carrera militar, más de
la mitad de las veces que ha intentado subir el Lanín, el volcán no
se lo permitió. Nosotros queremos intentarlo igual. Antes, y luego
que se fueran los veinte soldados, los dos militares que quedan de
guardia nos invitan a entrar al refugio, a calentar agua en nuestras
cocinillas. Aceptamos gustosos, y llevamos galletas, queso, dulce de
membrillo, café, cocoa y leche en polvo para compartir con ellos.
Luego de un buen desayuno, tomamos unos mates con los soldados. Ambos
son muy jóvenes. Uno de ellos es de Junín de los Andes, y el otro
viene desde lejos, es de Formosa, y su acento lo delata. Salgo del
refugio un momento para ir a buscar azúcar a nuestra carpa. No me
pongo los guantes -la carpa está a diez metros del refugio- y a los
30 segundos mis dedos están duros de frío. La combinación de
viento y bajas temperaturas es terrible.
Al poco rato vuelve el primero de los
grupos que intentó hacer cima. Llegan exhaustos, y no pudieron
llegar a causa del frío. Uno de los guías comenzó a experimentar
síntomas de congelamiento en las manos y debieron bajar de apuro.
Poco después llegan los otros dos grupos, y se meten enseguida en
sus domos a calentarse. Ninguno haría cima ese día, porque el
volcán no estaba de humor.
Nosotros sabemos que estamos
contrarreloj, porque no se puede permanecer en la cima luego del
mediodía por razones de seguridad -se puede hacer de noche al
retornar, y en esas condiciones es mucho más peligroso bajar- y para
eso, calculando una caminata de unas seis horas hasta la cima, hay
que salir ya mismo. Pero hacerlo ahora es inútil, la montaña no nos
deja.
Decidimos llamar por nuestra radio a la
base de los guardaparques y pedir permiso para quedarnos en la zona
del refugio una noche más, e intentar hacer cima al otro día. Nos
dicen que no podemos hacer eso, porque se espera tener en la montaña
a mucha más gente al día siguiente, un viernes de fin de semana
largo, y la montaña no resiste tanto público simultáneamente. Así
que nos quedaremos sin cima.
Nos quedamos un poco tristes, y
comenzamos a desarmar el campamento, para emprender el descenso. En
realidad, siempre supimos que en este deporte, hacer cima puede
llegar a ser un detalle, con toda la adrenalina que eso genera, y que
lo principal es aprender a disfrutarlo todo, desde que comienza la
caminata en la base. Buena parte de quienes intentan hacer cima en
cualquier montaña del mundo, nunca llegarán a ella.
Antes de comenzar el descenso, nos
tomamos unas cuantas fotos. Del grupo entero -un soldado nos toma la
foto-, con los soldados, con las banderas de nuestros auspiciantes,
que pedimos encarecidamente que fueran pequeñas y livianas para
ahorrar peso.
EL DESCENSO
El descenso fue una fiesta.
Desarrollada con mucho cuidado, claro. En la montaña se producen más
accidentes en el descenso que en el ascenso. Porque bajar no es fácil
prácticamente, porque las personas no solemos ir tan concentradas
como en el ascenso y nos descuidamos, porque estamos más cansados.
Pero igualmente, fue una fiesta para nosotros. Se nos fue rápidamente
la tristeza, teníamos tiempo, y aprovechamos para practicar técnicas
de montaña en la nieve, que en casa la vemos sólo si abrimos la
puerta del freezer. Esta vez nos pusimos los crampones para andar por
las pendientes de nieve -es mucho más seguro caminar con ellos- y
comenzamos a practicar a caminar con ellos, que no tenemos muchas
oportunidades para hacerlo en casa. O más bien ninguna. Nos
detuvimos en una pendiente, para descansar, para tomar mate y para
tomarnos fotos, con equipo completo y tomando mate. Una buena imagen
del EUE. Además, practicamos la instalación de anclajes en la
nieve, con elementos mínimos, como un piolet y una cinta (ver
recuadro).
Mientras estábamos practicando en la
pendiente, Gaspar y Yamandú -cuando no- comenzaron a practicar
autodetención, y ya de paso se deslizaron por la nieve unos diez o
quince metros antes de detenerse, para divertirse nomás. En la misma
pendiente, unos 200 metros hacia arriba y unos 50 metros al costado,
vimos a uno de los grupos que había intentado hacer cumbre la noche
anterior. Venían con su guía, quien les enseñó una técnica de
descenso rápido por pendientes de nieve, “culopatín”. Uno
simplemente ser sienta en la pendiente, con la mochila puesta, y se
desliza hacia abajo. En caso de tomar mucha velocidad, se frena
inclinando el cuerpo hacia atrás para frenar con la mochila, al
tiempo que se clavan los talones en la nieve. Ese doble freno
funciona perfectamente si uno aplica la técnica correctamente. Si lo
hace mal y clava los talones muy fuerte, por ejemplo, podría dar una
vuelta en el aire y caer rodando. Y eso sí es muy peligroso.
Vemos pasar a los “culopatines”
rápidamente, a unos metros de nosotros. Y a Yamandú enseguida le
brillan los ojitos, y nos anuncia que va a probar la técnica.
Escalador de larga experiencia, el Yama parece tener cierta adicción
a la adrenalina. Y se larga nomás. El resto elegimos bajar de la
manera tradicional, caminando por la pendiente. A nosotros nos lleva
unas dos horas bajar hasta que termina la nieve, Yamandú lo hace en
quince minutos, y nos espera abajo, descansando.
El resto del descenso en más simple,
por terreno quebrado con muchas rocas. Igualmente vamos muy cansados
de verdad, se siente el enorme esfuerzo físico de dos días.
UNA MULTITUD EN LA BASE
Cuando llegamos a la base de los
guardaparques, a eso de las 10 de la mañana, el lugar es un
hervidero. Hay entre 50 y 100 personas haciendo lo mismo que nosotros
hicimos ayer, revisando por última vez el equipo, pasando la
revisión de los guardaparques, para intentar el ascenso. En uno de
los grupos hay un muchacho, un argentino, que está de muy mal humor.
Los guardaparques no le permiten intentar hacer cima porque sus botas
no son adecuadas. Son unas excelentes botas de trekking, pero no son
tan abrigadas como las de montaña y no pueden llevar crampones. Sólo
le permiten llegar hasta el refugio, que ya está bastante frío
allí. Y si intentara seguir subiendo correría un serio riesgo de
congelamiento.
Nosotros nos vamos enseguida a un
camping gratuito que hay en la base del volcán. Queremos quitarnos
las botas de una buena vez, armar campamento, hacer un mate, comer,
descansar. Todo al mismo tiempo. Mientras tres de nosotros armamos
las carpas, el restante comienza a calentar agua para mate y luego
para cocinar. Estamos famélicos. Sacamos casi todo el equipo de las
mochilas y colgamos todo lo que está húmedo -sobres de dormir,
ropa, etc.- en las ramas de los árboles, para que esté bien seco
para la noche.
Nos vamos a quedar aquí a descansar el
resto del día, y para la mañana siguiente pretendemos pedir permiso
para subir nuevamente -el tiempo ha mejorado y será más fácil
llegar a la cima- o, si no tenemos suerte, coordinar para volver a
Junín de los Andes.
(Lunes 22 de febrero: 7ª y última
parte)
Recuadro 1
Anclajes
Durante el descenso del Lanín,
practicamos autodetención con piolet e instalación de anclajes con
elementos mínimos, como un piolet y una cinta. Una “cinta” es
eso, una cinta de material sintético, gruesa -unos tres centímetros
de ancho-, sin fin (no tiene extremos) y tiene un largo de unos dos a
tres metros. Se utilizan como elemento de seguridad, con múltiples
usos. Están hechas para resistir centenares de quilos de peso. Un
anclaje es un punto o construcción fijo y firme, del que se puede
atar una o varias cuerdas, para descender a una grieta en un glaciar,
para rescatar a una persona caída, para bajar o subir por una pared
vertical o para lo que sea necesario. Un anclaje es en un cerro una
piedra grande de la que atar cuerdas de manera segura, y que las
cuerdas no se desprendan, ni la roca tampoco. En un lugar boscoso un
anclaje bien puede ser un árbol fuerte. En el hielo, donde no hay
árboles y muchas veces no hay rocas sino tan sólo hielo por todos
lados, se construyen anclajes perforando el hielo con grandes
tornillos-taladro especializados para esa función, y conectando los
tornillos con las cuerdas con fuertes mosquetones, los “ganchos”
de seguridad que utilizan los montañistas y escaladores. Construir
un buen anclaje en el hielo supone seguir reglas de seguridad
estrictas, como la instalación de hasta tres tornillos, de manera
que la cuerda no se suelte aunque fallen dos de los tres tornillos, y
así. En la nieve se utilizan estacas de acero -o mejor de aluminio,
más liviano- muy fuertes que se clavan profundamente en la nieve y
tienen orificios para conectar mosquetones. Si no hay estacas
disponibles, se puede utilizar un piolet y una cinta, dos cosas que
cualquier montañista siempre lleva consigo. Para empezar, se hace en
la nieve, en la misma pendiente, una zanja angosta -unos diez
centímetros de ancho- pero muy profunda, de un metro o más. Luego
se fija la cinta con un nudo, al mango del piolet. Luego se entierra
en la zanja el piolet, se lo tapa de nieve y se apisona con los pies,
de manera que quede bien firme. Sólo sobresale la cinta de la nieve,
que se puede utilizar para atar cuerdas a ella. Este anclaje, si está
hecho de manera eficiente, puede soportar el peso de una o dos
personas, o quizá más. Dependerá de la consistencia de la nieve y
de la pericia del montañista para construir el anclaje.
Recuadro 2:
La seguridad
El montañismo es un deporte de
aventura, pero los riesgos propios de la actividad pueden -y deben
necesariamente- reducirse y minimizarse con preparación, aprendizaje
y técnicas. La primera medida de seguridad, y la más importante, es
la planificación previa y exhaustiva. Un grupo de montañistas no
puede darse cuenta de que la comida no alcanza a mitad de una
expedición, a cinco mil metros de altura y a dos o tres días de
caminata del refugio más cercano. Por eso la cantidad y calidad de
la comida debe planificarse minuciosamente antes de salir, teniendo
en cuenta la cantidad de grasa, proteínas, carbohidratos y vitaminas
necesarias para la expedición. Tampoco es recomendable darse cuenta
que no se trajo el abrigo suficiente en medio de una tormenta de
nieve y a -25ºC. Al preparar cualquier expedición, se elaboran y
siguen al detalle listas de alimentos, equipo, ropa y demás, que
deben respetarse religiosamente. No se puede subir -o no se debería
subir- ninguna montaña que tenga nieve y hielo -y casi todas tienen
ambas, fuera de las zonas tropicales, y aún en ellas hay, muchas
veces- sin botas especiales para andar en esas condiciones. Se trata
de botas muy gruesas -a veces son botas dobles, con un botín interno
de abrigo y una bota externa impermeable, de plástico-, impermeables
y abrigadas, con suela rígida y soportes para crampones. Hay equipo
esencial para cualquier expedición, como piquetas o piolets, que se
usan como bastones a veces, y sobre todo como elemento de seguridad
en pendientes fuertes, para evitar deslizarse en caso de caer. Es
imprescindible llevar un botiquín bien organizado, y sobre todo es
imprescindible prepararse debidamente, tomando en cuenta que si bien
es un deporte y es maravilloso, no es un juego. Si bien muchas
montañas -incluyendo al Aconcagua- pueden subirse caminando, sin
andar colgando de paredes de piedra, nieve o hielo -la escalada es de
las actividades más riesgosas y difíciles en el montañismo-, no se
debería practicar el montañismo sin conocer y dominar al menos en
sus aspectos esenciales técnicas como el tránsito por glaciares con
grietas -es necesario aprender a caminar “encordado”, en grupo de
tres a seis personas unidas entre sí con una larga cuerda-,
caminatas por pendientes pronunciadas de nieve o hielo, autodetención
con piolet en caso de resbalar, caminata con crampones sobre el
hielo, y varias más. Caminar por un glaciar con grietas -muchas
veces ocultas por la nieve- puede ser una actividad poco riesgosa si
se realiza siguiendo todas las medidas de seguridad. Si no se siguen
estrictamente estas reglas, puede ser casi suicida.
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