Por Guilherme
de Alencar Pinto para Brecha
Entre 1971 y 1974 Santiago
Chalar, poniendo fin a un silencio discográfico de más de 6 años,
grabó dos discos para la CBS argentina. Una pena y un cariño y
Bordoneando nunca tuvieron edición integral en CD. Este disco reúne
los 16 surcos que nunca habían salido en formato digital.
Chalar (1938-1994) es una
figura singular. Es ampliamente reconocido como una de las máximas
personalidades del folclorismo uruguayo, recordado con cariño por
multitudes de admiradores que lo añoran por sus virtudes musicales y
también por sus mentadas cualidades de persona solidaria, dedicada y
cálida. Sin embargo, la historia de la música uruguaya está
mayormente narrada por la izquierda, y Chalar no era de izquierda.
Rara vez se lo nombra a la par de sus famosos coetáneos. No se trata
sencillamente de una cuestión de patoterismo: debía ser realmente
complicado lidiar con su figura desde un sentir oposicionista durante
los años en que actuó (que incluyeron la dictadura y los críticos
años que la procedieron y la siguieron).
Chalar era colorado, y
había que tener estómago entonces, en un medio en el que circulaba
tanto pensamiento libertario, para embanderarse con el partido por el
que se había elegido a Pacheco y a Bordaberry. Era católico.
Durante la dictadura, Chalar no tuvo mayor problema en sumarse a
proyectos francamente oficialistas.
Sin embargo, parecería
que, antes que un oficialista, Chalar tenía la actitud de que lo
suyo era el “arte”, que su asunto era el hombre del campo en su
vida cotidiana, y que lo político no debería inmiscuirse en eso.
Esquivó actuar durante los auges de la canción de protesta y luego
del Canto Popular. Y sin embargo, su discografía durante la
dictadura incluye, en forma corajuda, composiciones de personas de
izquierda, algunas de ellas entonces presas (Aníbal Sampayo),
exiliadas (Pepe Guerra) o en alguna medida reprimidas por el régimen
(Rubén Lena, los Benavides).
El tipo de folclorismo
ejercido por Chalar pudo convivir sin conflictos con el nativismo
fascistoide promocionado oficialmente durante la era Bordaberry, pero
no se confunde con él: su repertorio y sus interpretaciones no
esquivan -todo lo contrario- lo íntimo, lo personal, lo sufrido, lo
hondo. No se reduce a, ni enfatiza, la apología de símbolos patrios
o del conformismo.
Chalar fue, además de un
muy buen compositor, un intérprete maravilloso. Cuenta fácilmente
entre los mejores guitarristas que ha tenido este país pródigo en
guitarristas fantásticos: es asombrosa la cantidad de matices, el
ingenio y la elaboración de sus arreglos, el inagotable desfile de
maneras originales de tocar milonga, la precisión rítmica y también
su expresiva flexibilidad. Su manera de cantar era quizá un poco
engalanada, un poco empeñada en eso de la “voz bonita” y bien
colocada. No era tan austero como Viglietti o Pepe Guerra, ni tenía
esa rusticidad estéticamente agresiva de un Molina, Eustaquio Sosa,
Braulio López, o el Sabalero. Pero era una tendencia nomás, en un
marco que no deja de encuadrarse en el recato típicamente uruguayo,
no tan distinto de Osiris, Darvin y otros. Menos personal que los
mejores, no por eso era menos excelente: dominio técnico, comando de
todos los piques del género sin nunca caer en la caricatura o en la
exageración sensacionalista, elegantemente intenso cuando
correspondía, y cuando no, sabía ser lírico, irónico o incluso
darse un sutilísimo aire de viejo, de ancestral (como en “Y uno
se ríe”). Era de esos intérpretes que sabían sacar lo mejor de
una canción y revelar sus encantos no evidentes. En “Pa’ que los
quiero”, su hondura, si no se equipara a Zitarrosa, está muy
cerca. Este disco valioso “El guitarrero” Sondor 2014, incluye
sus versiones de clásicos del folclorismo local (“Caminito de
tierras coloradas”, “La cañera”), canciones de Osiris, Abel
Soria y Eustaquio Sosa, y musicalizaciones del propio Chalar de
textos de escritores criollos/nativistas/gauchescos como Risso,
Inzaurralde, el Viejo Pancho y Wenceslao Varela.
No estoy de acuerdo con su
visión de la política y de la inserción del arte en la política.
Pero la música de Chalar le hace bien al país y al mundo, quizá
mucho más que la actuación de unos cuantos políticos con los que,
en teoría, pensaba estar de acuerdo. Y su recuerdo bien merece un
lugar entre los grandes músicos que ha dado este país.
Guilherme de Alencar
Pinto
Para Brecha
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