Por Leonardo
Rodríguez Vázquez
Ya avanzada la
primera hora del sábado, las radios habían terminado sus
transmisiones, los visitantes aprontaban sus cosas para emprender el
regreso y los muchachos de la parte técnica de Vivo Canal 3, tras su
emisión en vivo, comenzaban a desmontar todo su despliegue.
El viento seguía
disminuyendo la sensación térmica de una noche de verano que
parecía otoñal. El bullicio del partido, las repercusiones de lo
que fue y lo que pudo ser, ya van quedando atrás.
El encargado de
generar la emoción más resonante en la noche se va como si fuese
uno más de los que estuvo en la tribuna. Abandona la zona de
camarines y sale a la calle ante los escasos allegados que todavía
aguardaban. Su sensación es difícil de describir. De pocas palabras
y lento caminar, su cara demuestra que no está pleno, aunque si
conforme con sí mismo, sabe que dejó todo y más, pero como bien
resume en un pequeño comentario al pasar… “no se pudo”.
El clásico con
Maldonado fue empate a uno y Mario Amorín a los 33 segundos del
complemento abrió el marcador. Después, cayó el empate de Héctor
Duarte y pese a que sin ideas, Lavalleja buscó desnivelar, no logró
un segundo tanto y el juego se fue nivelado. En el dueño de casa,
Carlos Corbo y el propio Amorín fueron figuras destacadas, se
“cargaron” el equipo al hombro y encabezaron la afanosa búsqueda
de un gol que no llegó y que por ende, trajo caras de preocupación,
algo de bronca, resignación. El objetivo no estaba cumplido.
Es raro, que alguien
que sigue haciendo historia y rompiendo registros estadísticos, que
superó a grandes glorias con su palmarés y que se repuso de un
tropezón que lo alejó dos años de las canchas para volver y estar
vigente, cierre la noche de esa manera. Aunque es lógico, desde el
punto de vista de ese jugador que siempre quiere ganar, mucho más
aún si se trata de un clásico y que se juega en su casa, ante su
gente y con la necesidad de sumar de a tres.
Desde la década del
’30 en estas tierras se gritan goles de Lavalleja. Aquella primera
conquista de Leandro Gómez, hace casi 79 años, abrió el camino de
un montón de nombres que quedaron grabados a fuego en la historia.
Las consagraciones, la aparición de nuevas figuras y aquellos que
marcaron una época, todos forman parte de esa riquísima historia
que bien vale repasar de vez en cuando en la línea del tiempo.
Quizás algunas
charlas con los “veteranos” le sirvió a Mario para saber quienes
fueron y que hicieron por esa camiseta Hugo Viña, el turco Gilene,
Orlando Martínez, Machado Flores, el negro Walter Montero, el beto
Santana. Alguno que peine canas también puede sumar en su recuerdo
visual a Washington Urruty o la “Julieta” Gastambide,
“ferrocarrilero” como Amorín. Todos grandes goleadores, que
fueron ampliamente superados por el gran Tomás Correa.
Cuando Mario debutó
en la selección, siendo un joven de casi 21 años, allá por el
2000, había un hombre que venía creciendo con goles importantes
borrando una época de sequía de victorias y títulos. Era el
“Pachu” Fernando Rodríguez.
Seguramente Mario
nunca pensó, cuando el rochense Jorge Méndez le confirmó que iba a
ser titular ante Maldonado en el arranque de ese Campeonato del Este,
que con el tiempo iba a pulverizar esos registros, para pasar a ser
el máximo anotador de la historia tricoserrana.
Y el viernes a la
noche, a la salida del Estadio y tras el clásico, de seguro que a
Mario tampoco se le cruzó por la cabeza eso que ha sido tema desde
hace varios meses. El goleador siguió escribiendo la historia y su
riquísimo palmarés como máximo anotador. Acababa de sumar su gol
número 43 con la selección y además, se sigue consolidando como el
jugador que más goles hizo en clásicos ante Maldonado con esta
camiseta, hecho que hasta enero de 2014 era propiedad de Julio
Gastambide.
Se vive el hoy y
nada de esto importa. Mario nunca hizo alardes de todas estas
estadísticas que manejamos, sus logros quedan a un costado, juega
para ganar y siempre busca afanosamente el gol en pos del éxito de
la selección. Acaso alguna chanza surge en su círculo familiar, de
amigos, y nada más que ello.
El fútbol tiene
estas cosas. El hombre que hizo levantar a toda la tribuna y que
volvió a marcar un nuevo gol importante, se fue en la noche callada,
preocupado y con la seriedad que la realidad propone. Seguramente
sintiendo más responsabilidades que aquel pibe de 20 años,
ineludiblemente por el hecho de ser referencia para compañeros y
rivales. Quizás pensando en repetir el plato en los dos partidos que
quedan en Minas, para cimentar la clasificación tricoserrana a
segunda fase.
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