El lunes pasado publicamos la intervención del escritor
Milton Fornaro en el encuentro de escritores que se realizó en el teatro
Lavalleja, organizado por la IDL, a través de la dirección del Teatro, con el
Sistema Nacional de Museos, la Dirección Nacional de Cultura del Ministerio de
Educación y Cultura.
Lo que sigue es la intervención del escritor Rubén Loza
Aguerrebere. Actuó como moderador el poeta Elder Silva.
MUCHOS LIBROS
Silva recordó que previo al encuentro en el escenario,
estuvo con Loza Aguerrebere tomando café con leche, “y hablamos de unas
anécdotas que él tiene de este lugar, más allá de la proyección que tiene la
obra de cada uno, como la obra de Milton que se ha difundido por muchos
lugares, pero como me dijo un amigo, el español Miralles, ‘mira, tu quédate
tranquilo, que la patria y el pueblo es el barrio, tu patria es tu barrio, tu
patria es tu pueblo”.
Recordó que Loza Aguerrebere nació en Minas en 1945. Muy
joven inició su carrera periodística en el diario minuano La Unión, fue crítico
literario del semanario Marcha, y desarrolló una intensa actividad en el diario
El País de Montevideo. Ha sido colaborador del suplemento literario de los diarios
madrileños ABC y Estrella Digital, de las revistas españolas Hermes, Época y
Turia, de las argentinas Proa (fundada por Jorge Luis Borges), Letras de Buenos
Aires, Perfil y La Gaceta de Tucumán. También fueron publicados artículos de su
autoría en la revista alemana Humboldt y en Estados Unidos en el Ellery Queen's
Magazine y en el Círculo de Cultura de la Universidad de Nueva York. Sus
cuentos figuran en antologías en Uruguay, Argentina, Chile, y fueron traducido
al inglés en la antología estadounidense Imaginación y Fantasía de Donald A.
Yates y en el libro antológico estadounidense Prospero's Mirror de Ilan
Stavans.
DECIR QUE SÍ
Loza comenzó diciendo que no dudó “un instante” en decir que
sí cuando le invitaron al encuentro. “Hace 40 años que no vivo en Minas, pero
nunca dejé de irme, y en mis cuentos o novelas no hay en ninguna que no
aparezca Minas, directa o indirectamente, sugerido o evocado, consciente o
inconscientemente, aparece una calle de Minas, un lugar de la ciudad, un hecho,
es dificilísimo dejar a Minas cuando escribo, vuelvo y vuelvo. Milton ha dicho
cosas que son las mismas que yo pienso y no las hemos hablado, y me emocionó e
impresionó escucharlo. Esa referencia a los cerros azules, eso aparece en mi
última novela, es una ciudad rodeada por colinas azules, tal vez este mundo nos
encerró y no hizo soñar y por eso nos convertimos en escritores”.
UN OFICIO, UN DESTINO
Continuó Loza expresando que “no sabemos muy bien por qué
nos convertimos en escritores, porque como decía Octavio Paz, empieza siendo
como un oficio, y lo va transformando, hasta que termina siendo un destino, y
no nos queda más remedio que escribir libros. El escritor escribe primero
pensando en sí mismo, escribe lo que le gusta, lo que le interesa, y si tiene
lectores mucho mejor. Yo no he podido escribir literatura ajena a nuestra
ciudad, tengo cuentos escritos en Montevideo, o en otros países -muchos en
París donde he estado muchas veces-, pero son ambientaciones, trasposiciones.
En esa novela que acabo de escribir, los cerros azules -que acaba de mencionar
Milton- importan mucho, porque el narrador desde París -esa ciudad emocional
que nos llama cada tanto para que la vayamos a ver, a vivir, a sentir-, escribe
una novela que transcurre en Minas, esa ciudad de nuestros recuerdos, más
imaginaria que real, la de la feria de los domingos, la cancha de Bomberos y no
la Terminal, y su viejo mercado, aquel mundo nuestro de recuerdos -que como
decía Milton-, a partir de eso, los recuerdos son invenciones, imaginamos a
través de los recuerdos, y eso lo hecho siempre en mis libros”.
DOS RECUERDOS
Loza recordó a Juan José Morosoli, “que vivía al lado del
Cuartel de Bomberos, exactamente frente a la casa vivía yo -o sea mi familia-,
yo era chico, y Morosoli era don Pepe, nunca hablamos de libros. Sí recuerdo
una noche en la que jugábamos a un juego cuyo nombre era ‘El rescate’, pero sus
reglas olvidé, sé que era un grupo de un lado y el otro en la vereda de
enfrente, Morosoli, sentado como todas las tardecitas en la puerta de su casa
tomando mate, me llamó y me pidió que le contara cómo era el juego, es lo único
que me acuerdo de él. Sí recuerdo el día que murió, fue un domingo, mi madre me
dijo que no estaban los carros de la feria y que había muchos autos de
Montevideo, porque había fallecido don Pepe, eso es lo único que puedo decir de
don Pepe. Lo otro es algo que tiene que ver con (Jorge Luis) Borges. En una de
las tantas entrevistas que le hice me dijo ‘usted no es de Montevideo, es de
Minas, en cuyo centro -Borges era deslumbrante y siempre lo dejaba a uno
sorprendido- hay una pequeña estatua ecuestre de Rivera, en el centro’. Le dije
que no, que era del general Lavalleja, ‘ah sí, el blanco sí, una estatua
ecuestre de Lavalleja muy pequeña’. Me quedé asombrado, porque ¿cuándo había
estado en Minas, Borges? Nunca, ¿y cómo lo sabe? Le pregunté, ‘porque me lo
contaron, no sé quién me lo contó, fue hace mil años’. ¿Cómo lo recuerda? Y me
respondió: ‘Porque me dijeron que la estatua ecuestre era pequeña, y yo pensé
ahí entonces sí le hicieron un verdadero homenaje al héroe, porque en general
las estatuas ecuestres son muy grandes y terminan siendo un homenaje al
caballo’, Borges de alguna manera conocía nuestra ciudad. Es un gusto estar acá,
estoy encantado, y reencontrarme conmigo mismo en esta casa. También dirigí
teatro en aquella época que nos atrevíamos a todo, ¿cómo habrán salido esas
obras? Gracias”.
(Habrá una próxima entrega, con la intervención de Gustavo Espinosa).
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