HENRY CAPRIO, don Alejandro, El Tito
Henry, como siempre se supo quererlo. Un gran señor en el Minas del siglo
pasado, dictó cátedra de buen proceder fundamentalmente cuando vinieron
degollando. De origen humilde, trabajó duro, incluso como transportista, en lo
de Izeta como dependiente y en la Barraca de Gabriel Alonso. Se independizó y
fue haciéndose de un gran prestigio al frente de su “Barraca”, que se ganó la
confianza de todos. En aquellos tiempos la barraca era banco, farmacia y terapeuta.
Cuando parecía vivir la cúspide de su trajín de vida, una tormenta, un
verdadero tornado lo tiró todo al suelo. El tornado se llamó Fhurman, un nombre
asociado a una tremenda estafa colectiva, que arrastró lo hecho por El Tito, y
muchos otros. Ya tenía unos años, se encerró mate y termo por días, y decidió
volver arrancar de nuevo. La gente lo conocía bien y le respondió y volvió a
salir adelante, un ejemplo para otros
procederes, porque no dejó un solo clavo. Tuvo sí el apoyo de una gran familia
que regenteaba junto a Minga, su gran mujer y a sus hijos, y su prestancia siguió
reinando en aquella Minas que tanto quiso y donde tanto lo quisieron. Pudo
entonces seguir fumando tranquilo, viendo como
todo crecía y se reproducía en sus 400 cuadras de campo, que cuidaba y
explotaba como con amor. La gente creyó y comulgó con él en las horas
difíciles, porque era el tiempo cuando los hombres de bien tenían un capital
inviolable. Vale el recuerdo.
Héctor Raúl Vernengo
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