miércoles, 31 de diciembre de 2014

“Pequeñas catedrales”: sorprendente libro de haikus de Leonardo de León


“El haiku abre
las puertas que jamás
fueron cerradas”

La invitación a la presentación de “Pequeñas catedrales”, el nuevo libro de Leonardo de León, venía cargada de misterios -más aún que el que posee la poesía- porque prometía “una edición artesanal que dará que hablar (es una sorpresa, no puedo agregar más datos). Se venderán ejemplares a 50 pesos. ¡Una ganga! ¡VENITE!”.
Y sí, sorprendió a la colmada sala de la Casa de la Juventud, cuando los haikus aparecieron escrito a mano en un libro de hojillas alquitranadas Atala, que salían a borbotones de un pequeño cofre, todos únicos, porque aunque muchos se repiten, son diferentes de un libro a otro, con su caligrafía, su poesía, su entrega al mundo.

“Fumar en calma,
leer las profecías que
traza el humo”

Emocionado, agradecido, de León comenzó la actividad señalando que más que nada es un pretexto “de juntarnos acá”.
Mientras hablaban, en una de las paredes se proyectaba un trabajo fotográfico, realizado por Lucía Rijo y Giani Brera, alumnas de la profesora de dibujo Inés Barnada, a partir de los haikus del libro anterior de de León, “La selva en la semilla”.

“Y fue tu miedo
la piel que dio cobijo
a mi temblor”

De León explicó que “los haikus son poemas breves de origen japonés compuestos por tres versos de 5-7-5 sílabas, respectivamente. “El espíritu de este formato se halla históricamente ligado a la captación de un instante microscópico, epifánico, de azoramiento fugaz y escurridizo ante la naturaleza. El haiku se define más por su locuacidad o potencial de sugerencia que por su expresión evidente. Dicho de otro modo: la verdad del poema está en lo que calla. Lo que está escrito simplemente funciona como un dedo que indica la dirección del secreto”.

“El sol que borda
escenas en el agua
ya pierde el hilo”

Nicolás Mazzoni presentó el libro, desarrollando una exposición ajustada y profunda del libro, y de los haikus, que tienen la impronta de dar o representar imágenes, en su origen japonés, “en esa visión oriental de fijarse en los pequeños detalles que puedan luego extrapolarse a otras cuestiones de la vida”.
Mazzoni habló sobre la representación, la imagen y la búsqueda de la verdad. Citó un pasaje de la novela Moby Dick, del escritor Herman Melville, donde “un cuadro en la Posada del Chorro de la Ballena, el deseo de saber qué representa ese cuadro, donde hay una alegoría de lo que se busca cuando el espectador está frente a una obra de arte. Lo que ocurre con toda obra de arte, es que esa conexión final es bastante misteriosa. No es de cajón lo que las obras de arte quieren decir, están ahí como una cuestión a ser interpelada. El haiku japonés quiere tener este vínculo, la cita con la verdad, entendiendo la verdad no como una revelación sino como la posibilidad de dar cuenta del mundo”.
Señaló Mazzoni que “al igual que en libro anterior (“La selva en la semilla”) de haikus de Leonardo, desde el título hay un desafío a la interpretación habitual, una inversión de lo que generalmente esperamos. El título de este libro es ‘Pequeñas catedrales’”. Hizo también referencias al formato y al mismo tiempo priorizó el contenido, con un análisis desde la sensibilidad y el placer por la lectura, cargado de imágenes, observaciones y confirmaciones, sobre la poesía de de León. 

“Morder la luna
grabar el hambre llena
en su menguante”

De León hizo la lectura de varios haikus, lo acompañó el músico Gonzalo Rezk con la guitarra, creando un clima ceremonial, y absolutamente conmovedor. Luego realizo una exposición sobre el haiku y lo que fue la creación para él: “el haiku viene a reconvertir nuestra mirada de las cosas, volviendo lo pequeño en importante. Me pareció que podía hacerlo no solo desde el acto discursivo o lingüístico de la poesía, sino que podía hacerlo desde la praxis y que con mis manos podía hacer lo mismo que trato de hacer con mis palabras, transformar la materia de las cosas en algo distinto. Me había peleado con mi editor a mitad de año y me vi ante la angustia de tener un libro escrito, que desde mi punto de vista es lo menos malo que he hecho, y en la puerta de la edición todo eso se frustró. Estaba muy angustiado y por una serie de razones personales necesitaba más que nunca hacer. Había perdido completamente el control de mis emociones y las preguntas a las que uno más que adepto es adicto, me estaban ganando. Recordé unos versos de William Blake, el poeta inglés del romanticismo. En un extenso poema que se llama ‘El matrimonio entre el cielo y el infierno’ dice: ‘la abeja laboriosa no tiene tiempo para la tristeza’”.

“Mirar las tumbas
abiertas en tu boca
caer en una”

Contó que como fumador de tabaco, prefiere para armar el libro de hojillas alquitranadas Atala. “Las empecé a mirar y comencé a darme cuenta que era un libro en blanco y que usualmente está rodeado de un halo de significación negativa, peyorativa. Pensé que con mis manos podía realizar un acto poético desde la praxis y no desde el lenguaje, transformando al objeto en un vehículo literario”.

“Cae una hoja
al tiempo que una lágrima
riega su árbol”

Agregó que ese descubrimiento “sirvió para encontrar la coartada perfecta para sentarme a escribir en un momento en que no tenía ganas de hacerlo, para convivir conmigo, para ser paciente, para desquitarme con mi editor, para no decepcionar a mi padre que compró la gran mayoría de las hojillas”.
Esa misma noche en la Casa de la Juventud se agotó la primera edición, de “Pequeñas catedrales”. Así son los misterios de la poesía.

“Llega la noche
los árboles susurran
Corre Leonardo”


por Gorge Gómez.

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