“ES IMPORTANTE ESTAR RODEADO DE GENTE QUE PIENSA, QUE OBLIGA
A EVOLUCIONAR”
La Casa Encantada se vio colmada de público por la
presentación del libro “Susurros del silencio. Mi vida entre los últimos
nómades de la Isla de Bafimm”, del antropólogo franco canadiense Claude H.
Sirois Simoneau, quien dio una espectacular charla sobre la vida de los inuit
(esquimales), apoyado con la proyección de excelentes fotografías.
Previo a la presentación, con gentileza y un español fluido,
Sirois Simoneau habló con Primera Página. Lo que sigue es
parte de la entrevista.
Hay un gran
desconocimiento de la vida en el Polo Norte, sobre los inuit, y a través de su
libro, hemos encontrado un mundo sorprendente.
Sí, en Sudamérica se desconoce mucho, y también en Norteamérica,
a la que pertenecen esas tribus, son muy poco conocidos, las distancias hicieron
que quedaran en el olvido. Si bien antes se sabía que vivía gente en esa zona,
la presencia de los inuit en tierras nórdicas fue realmente descubierta durante
la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) cuando los militares fueron a implantar
torres de control para los radares. Allí se dieron cuenta que esas tierras
estaban habitadas por los esquimales, vamos a llamarlos inuit, como ellos
prefieren, que quiere decir “hombre de esa tierra” y no esquimal, que quiere decir
“comilón de carne cruda”. Hay una variedad muy grande de inuit, por lo general
se los considera parecidos a los asiáticos, o sea como los chinos, pero hay
también inuit que miden casi 2
metros , que eran vikingos, que iban a pescar, naufragaban,
quedaban allí y formaban tribus, pasaron a ser inuit a través del tiempo.
¿Las formas de vida
han tenido transformaciones?
Han mantenido sus formas de vida donde la base es el ritual
de la caza, para sobrevivir y comer. La primera cosa es la caza de la foca, con
cuya grasa hacen el fuego, tienen una lámpara que funciona con esa grasa, y la utilizan para fundir la nieve, donde sale el
agua para beber, y después con la piel hacen vestimentas, comida.
Usted los conoció en
una etapa aún no contaminada.
Los conocí en las dos etapas, porque el gobierno de Canadá
comenzó a elaborar ciudades prefabricadas, “cajitas de fósforos”, donde los
llevaron a vivir. Algunos no quisieron adherir a esas ciudades. Eso está
contado en el libro, las formas de adaptación o no, fue muy forzado y causó
problemas. El gobierno lo hizo porque vivían hasta los 35 años promedio, porque
los bronquios se quemaban por el frío, y morían. Yo llegué a vivir a 50 grados
bajo cero, o sea, todas las cosas influyen en la vida de un pueblo, pero sobre
todo el clima, para determinar ciertas formas de vida, en este caso hasta en el
control de los nacimientos, que lo explico en el libro. Gran parte de esos
inuit se fueron a esas ciudades, pero hubo otros que no, que siguen viviendo en
iglú. La idea de este libro es trasmitir nuestra visión y filosofía de esos
pueblos, porque lo que hicimos nosotros a pedido del gobierno fue guardado en
cajones y allí quedó, y lo rescaté porque para mí lo importante es que se
conociera esa realidad, y por eso hice este libro con mis notas personales.
¿Qué valoración hace
de la intervención del gobierno en la forma de vida de los inuit?
En parte fue positiva porque la gente vive ahora muchos más
años, pero a veces es mejor vivir menos pero vivir bien. Hubo una implantación
al mundo moderno que no tenía nada que ver con ellos. Solamente después de 20
años los inuit se rebelaron y se unieron para tener su propio gobierno, y que
los blancos no tengan nada que ver con ellos, y volver a las antiguas
tradiciones. Pero es muy difícil, porque
cuando hicieron esos cambios hay pueblos que manifestaron su descontento con un
37% de suicidios, porque no pudieron aguantar, no podían hablar el idioma de
ellos, les enseñaban francés o inglés, fue muy forzado todo.
El clima en las
últimas décadas en esas zonas ha cambiado mucho.
Sí, tengo amigos allá en Groenlandia, y me cuentan que ahora
hay pasto y flores, los osos polares no hibernan más, no duermen, por el calor
(relativo claro), los caribú (renos) han emigrado más al norte. Ha cambiado
mucho.
¿El libro también fue
presentado en otros países?
He hecho muchas conferencias para dar a conocer esta
realidad, más de 40 entre Uruguay, Chile y Argentina. En Montevideo fue
presentado en la Alianza Francesa,
porque está escrito en español y francés.
Usted vive en Uruguay.
Sí, vivo en La Floresta, de forma definitiva. Uruguay me
gusta por su tranquilidad (risa), ahora es raro decir esto, pero trato de estar
tranquilo con dos perros. He encontrado mucha gente interesante, escritores
como Daniel Vidart y otros con los que he podido hablar y continuar la
evolución, es importante estar rodeado de gente que piensa, que obligan a
evolucionar. Venía de Norteamérica y de Europa, donde había entrado en una
guerra de consumismo, donde el mundo no se tomaba tiempo de pensar, de
compartir. Yo venía de un mundo donde se compartía mucho, como es el mundo de
los inuit, es tan normal que tú ayudes a los otros, ellos consideran que si no
se comparte una foca entre la tribu, el alma de la foca se va a enojar y no van
a venir más focas. Debe ser el único idioma en el mundo donde la palabra
gracias no existe, porque yo te hago algo y tú me haces algo, es lo normal, y
entonces no tengo que decirte gracias.
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