“FUIMOS PRIVILEGIADOS POR CRIARNOS EN EL CAMPO”
Daniela Díaz, pertenece a la segunda generación del liceo,
hoy es magíster en Psicología y Educación. “No puedo creer estar hoy frente a
quien fue mi directora, a la secretaria, y a los profesores, a quienes les
decíamos los ‘viejos’ en aquel momento –relató-; ahora sé que tenían 24 años,
pero entonces eran la ‘vieja’ de geografía, la ‘vieja’ de idioma español, y
esto de las edades cuando se comienza a transitar por diferentes momentos de la
vida va modificándose”.
Conteniendo la emoción Díaz dijo que “agradecía la
invitación, y quiero decirles que hay lugares de los que nunca se va, siempre
he sentido que de mi escuela y del liceo nunca me fui, he vuelto
permanentemente a ellos desde otros lugares, y la posibilidad de estar aquí
tiene una carga afectiva muy grande”.
Recordó los orígenes y la incertidumbre porque “todos éramos
hijos de asalariados o pequeños productores rurales, y como decía Ana (Dorrego)
no sabíamos si podíamos seguir estudiando. Mis padres siempre me lo recalcaban
cuando estaba ya llegando a 6º año, ‘no sabemos si te vamos a poder mandar al
liceo’”.
Con la voz quebrada dijo que le debía al liceo “muchas
cosas, le debo el que haya impedido el desarraigo temprano de mi casa, y de mi
medio. Le debo el haber sido el segundo peldaño de muchos lugares de la
educación pública que recibí y sigo recibiendo. Le debo los amigos que me dio,
los docentes que me formaron y con algunos mantengo un vínculo estrecho de
amistad. Cuando en otros ámbitos digo que he sido alumna de una escuela y de un
liceo rural me dicen ‘qué sacrificado, qué difícil habrá sido para ti’. Yo no
lo sentí así, para mí era absolutamente normal levantarme a la hora que tenía
que hacerlo, agarrar mi bicicleta, ponerme los guantes en invierno, ¡y pensar
en remedios con mis compañeras para curar los sabañones! En realidad todo era
sacrificio en el medio rural, no teníamos luz eléctrica muchos de nosotros, los
caminos eran de barro, los días de lluvia saliendo con botas de goma y el
equipo de agua, y mi madre con la linterna por el camino hecho barro hasta
llegar a la carretera. Recuerdo a mi papá trayéndome no muy contento esos días
de lluvia porque yo no quería perder las clases, y el me decía que ‘no tenía
que ser tan obsesiva’. Mis compañeros, el primer día en la primera clase fue
con la ‘vieja’ de idioma español, Silvia Rama, hoy una amiga entrañable, y el
texto de Sor Juana Inés de la Cruz, y no podíamos creer que la clase durara 45
minutos y hubiera un recreo, nos miramos con las compañeras y dijimos: ‘¿Esto
es el liceo? Es una pavada’. Quiero hablar de lo que el liceo me dio, no de la
formación académica, ni en los escritos, ni en las notas finales, sino de lo
que se construía entre nosotros, aprendimos a vincularnos, a tener amigos, los
primeros novios, las primeras cartas, no había Facebook, no había mails. No
había fotocopias tampoco, las primeras salían oro y la traían los profesores de
Minas, Los Iracundos sonando en los salones y en las horas libres. ¡Las horas
libres! Sentados en el tanque australiano, frente al comedor, era el tiempo
para nosotros, muchas cosas se gestaron en esas horas libres, hacíamos gancho,
no sé si se dice así ahora, quiero que me hagas gancho con fulano, o con
mengano, los profes, el afecto en la palabra, en la mano cálida”.
Menciona una lista enorme de profesores, solo por el nombre,
y reflexiona: “uno se da cuenta ahora de lo jóvenes que eran y lo comprometidos
que estaban. María Rosa, la directora, con su calidez y compromiso, eso uno lo
dimensiona ahora con los años. Los años que nos han separado de algunos de
ellos, hay amigos y familiares que ya no están, pero hay algo que nos une, las
raíces, la tierra de la que en definitiva todos salimos. Fuimos privilegiados
por criarnos en el campo y por haber tenido la oportunidad de tantos años de
educación en el medio rural. Muchas gracias”.
1 comentarios :
Tuve el privilegio de ser alumna de Daniela Díaz en su primer año de trabajo como docente y seguí en contacto por diferentes razones. Un orgullo gigante por la gente que al igual que yo nació en el campo y se siente orgullosa, se sigue vinculando y defendiendo el patrimonio de la cultura rural.
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