LA
DIVINA SULEIKA
por
Juan Scuarcia
Cuentan
que Sara de Ibáñez recibió el premio nacional de literatura dos años luego de
su muerte. Se trata de un modo que tiene la sociedad uruguaya de vivir: siente
más lo póstumo que el latir cotidiano. Al decir del cantor Pepe Guerra: en
Uruguay no hay mejor sponsor que la muerte.
Ya
cuentan que murió Suleika Ibáñez, en poco tiempo los homenajes llenarán páginas
y las palabras andarán de viento en viento, hasta que, quizá también como su
madre, reciba un importante premio.
En
mi vivencia quedará el mejor homenaje que pude hacer a esta profesora,
realizado cuando aún estaba viva, uno del que seguro ni siquiera se enteró, lo
que no importa demasiado porque fue realizado en uno de los lugares donde dictó
clase de Literatura: en el Liceo Departamental de Minas . Sus paredes,
profesores y alumnos fueron testigo de la reflexión. Fue en oportunidad de
celebrar los primeros cien años del centro educativo, cuando junto con otros escritores
charlamos de qué modo la enseñanza de la literatura había servido a nuestra
causa de plumas y universos alternativos.
UNA
METÁFORA DIFÍCIL DE DESCIFRAR
La
de la divina Suleika avanzando por el corredor del Liceo, con una minifalda
negra, con su pelo oscuro de noche, su paso tranquilo, con los libros apretados
a su pecho. Una divinidad que extendía a sus clases, la puerta que comunicaba
con un mundo nuevo, para quien quería o podía abrirla. Con eso hubiera bastado
para que el más mortal de los mortales se hubiera motivado a buscar en los multiversos
del arte literario. Había presencias en ese liceo, previo a la dictadura, que
generaban ese impacto en los estudiantes que éramos nosotros, y eso vale más
que cien libros, en mi modesta experiencia de vida donde lo vivido tiene más
peso que lo leído.
EXAMEN
Recuerdo
la mesa examinadora que me tomó la prueba de literatura de quinto año: Suleika,
Rómulo Cose y Eduardo Laens, tengo aún
la sensación que me ganó, poco antes de ser llamado, era como la fatalidad que
tanta sabiduría sería imposible de engañar, a veces he pensado que si tuviera
que enfrentarme a un tribunal como ese me ganaría de nuevo esa sensación. Todos
ellos eran jóvenes, y fumaban y fumaban en el aula, y el humo gris y pesado
invadía el espacio, lo que daba mayor dramatismo a la escena para los ojos de
un casi niño que los miraba desde el otro lado del mundo, ellos eran lo que se
escondía detrás de las apariencias pueblerinas, un camino que se podía recorrer.
LAS
FLORES
En
algunos veranos solía ir a casa de Suleika a buscar a su hijo Rodrigo, con él
salíamos a remar en una canoa, en ese tiempo nunca vi a la profesora. Para mi fue un tiempo feliz y me encantaba
esa rutina de bajar la canoa hasta la playa, portándola uno de cada extremo, y
luego remar por ese mar que tanto amaba.
Sin
embargo no todo era feliz para Suleika, pues en ese tiempo fue destituida de su
cargo como docente por la dictadura militar. Y en este recuerdo no quiero dejar
pasar por alto cuando con José Luis, un amigo de todos los tiempos que le tenía
un afecto importante, fuimos a visitarla a la casa de Las Flores, en unas
vacaciones de invierno. Nos impactó la cara que tenía su realidad de invierno
profundo. José fue uno de sus mejores alumnos de nuestra generación y el examen
lo dio en francés, idioma que ya dominaba, y que a Suleika encantaba.
LA
ENTREVISTA
Una
amiga poeta de Montevideo me contó, hace unos años, que era amiga de Suleika,
que la frecuentaba y que le encantaba como escritora y como persona. Pero me
aclaró: “Ella es un abismo, un hermoso abismo, y para poder hablar con ella
tengo que tomarme unas copas antes, pues si no me pone nerviosa”.
Poco
tiempo después fui a hacerle una entrevista, la que concretamos en su
departamento, en el Barrio Sur de Montevideo, habían pasado muchos años para la
profe, y para mí también. Recuerdo la conversación telefónica para acordar la
nota, las cuadras que hice caminando con el grabador en la mano, desde donde
era mi casa en ese momento, en Carlos Quijano e Isla de Flores, tocar el timbre
con fuerza y la espera.
Nos
sentamos en su living, y comenzaron a salir los recuerdos del liceo de Minas,
la dureza de la pérdida de una de sus hijas, desgarrador relato de años
complicados. Pero también lo feliz que estaba con sus hijos; también por el
inicio, en ese momento, de la carrera literaria de su hija Marcia, somos tres
mujeres de tres generaciones diferentes, mi madre, yo y mi hija, eso me gusta
mucho, algo así fue su reflexión.
ABISMO
DIVINO
Y
era verdad que estar frente a ella era un abismo divino, respirar junto a ella
que fumaba como en aquel examen, en ese recinto íntimo, a pocos pasos del rincón
donde veneraba a Shakespeare, en una especie de santuario donde una edición de
las obras completas del escritor, en inglés antiguo, formaba uno de sus
pedestales, el otro era el de Galia, su hija ausente. Era el mismo abismo que
se insinuaba cuando era profesora del liceo de Minas, ella, una puerta
entreabierta que conduce al otro lado de la luna o a los castillos medievales
de Hamlet.
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