EXPOSICIONES EN EDIFICIOS CONSTRUIDOS EN OTRO
URUGUAY
Es una experiencia imperdible, en varios
sentidos, ingresar al gran hall de la Casa Central del Banco República del
Uruguay en Cerrito 351 (Montevideo), un edificio construido entre 1926-1938, en
un estilo neoclasicismo italiano, que si bien hemos visto en la prensa, en situ
se potencia lo monumental con sus impresionantes columnas a la entrada, en su
interior su arquitectura también es atrapante, y nos pone frente a un Uruguay
que fue, que se construyó con una gran potencia e impresionante esplendor.
Hoy -y permanecerá hasta el 30 de marzo y se
puede visitar de 14 a
20 horas de martes a domingo- alberga allí la exposición central “El Gran Sur”,
la Bienal de Montevideo, que a su vez es acompañada desde el Edificio Anexo del
Banco República del Uruguay (Zabala 1520), otra joya arquitectónica, con la
exhibición de videos, y desde el Edificio Atarazana (Zabala 1583) y la Iglesia
San Francisco de Asís (Solís 1469, entrada por Cerrito) otro edificio
emblemático y en muy mal estado, que continúa el discurso de “aquel Uruguay de
fines del siglo XIX, y un gran trayecto del XX”, que lleva a la reflexión. La
bienal está organizada por la Fundación Bienal de Montevideo, cuya presidencia
está a cargo de Laetitia d´Arenberg, secundada por Jorge Srur y Ricardo Murara
y cuenta con el apoyo de instituciones públicas y privadas.
Por un lado esa arquitectura y esa historia y
por otro lo que es “El Gran Sur”, una exposición que tiene curaduría del alemán
Alfons Hug como curador general, la chilena Paz Guevara y la uruguaya Patricia
Betancurt en las co-curadurías, y la participación de más de medio centenar de
artistas que “desplegaron sus obras en un espacio representativo de la
seguridad, la solvencia y el poder que otorga el dinero, cualidades que se
convirtieron en tema de varias obras”, dice Ana Martínez Quijano (en Ámbito
Financiero).
Al ingresar al banco, el visitante es recibido
por representantes del Ministerio de Cultura, que además de una atención
esmerada en la información, ofrecen visitas guiadas totalmente gratuitas,
fundamentales para ver y entrenar la percepción y sobre todo tener información
para saber lo que se está viendo. Los jóvenes guías son fantásticos por la
calidez y la forma en que van contando la historia de lo que muestran.
ALGUNAS OBRAS
Imposible en una nota referirse a todos los
artistas, en gran parte lo que desarrollan son instalaciones. A la entrada se
puede ver una del norteamericano Mark Dion, un imponente archivo que permite
recorrer la historia del banco a través de objetos que pertenecieron a
distintas épocas, desde balanzas a máquinas de escribir, acompañadas de
relojes, enormes libros, hasta las bicicletas que usaban los empleados; todo
armado contra la pared, del piso al techo, aprovechando una puerta al centro
que es magnífica, y acompañado por las extraordinarias columnas de mármol y
granito.
Otra de las obras que impresiona es la del
chino Yang Xinguang, en un perímetro del piso. Hay pequeñas ramitas traídas
desde Pekín, adheridas al suelo de forma vertical, que visto desde la altura
humana no tiene mayor trascendencia, pero el guía nos hizo acostar en el piso y
descubrir una obra potente, de una belleza lírica, como si estuviésemos mirando
un bosque otoñal, bellísimo.
Otra de las obras que sorprende es la del
mexicano Jorge Satorre, que desde una posición conceptual realiza una serie de
collages a partir de la galería de retratos de los presidentes del banco (donde
se encuentra el minuano Solano Amilivia), se hace una interpretación desde la
psicología, la semiología y los detalles visuales. Hay algunas interpretaciones
duras, otras más enigmáticas, y también los que salen bien parados, un juego
interesante.
El chileno Bernardo Oyarzún montó un taller en
la parte central del banco, donde muestra el proceso de construcción un tanto
caricaturesco del carnaval uruguayo con figuras de tamaño natural de papel
maché que remontan la raíz africana de estos festejos.
Cerca de allí está el «Jardín de flores», un
manto tejido por El Anatsui, artista de Ghana que trabaja con los metales de
las botellas de licor que ingresaban a su país, primero desde Europa cuando se
canjeaban por esclavos, luego, también utiliza las de fabricación local, una
obra -con seguros altísimos-, que atrapa por su discurso.
Son utilizados como soporte de la obra los
antiguos cajeros o cajas del banco, hay en cada ventanilla distintos billetes
uruguayos con frases alusivas a la libertad y el poder, y la evolución social
del Uruguay. Desde las rejas de bronce se mezclan plantas de hiedra, que según
se nos explicó esta obra del italiano Luca Vitone, muestra símbolos de fuerza y
la vez de libertad.
Frente a estas cajas, el grupo de artistas uruguayos
llamados Transpuesto de un Estudio para un Retrato Común, revive en clave
contemporánea las expediciones de los pintores viajeros del siglo XIX. Cuentan
ellos que llegaron a un pueblo cercano a Tacuarembó y allí retrataron a los
pobladores y exhibieron los resultados, los que son movidos (y elevados) por el
viento.
Interesantísima la instalación de la argentina
Marina de Caro -más bien una performance que llevó a cabo dos días solamente-
que recurre a la alquimia para torcer la realidad que reproducen los medios de
comunicación. Durante una performance donde cruzó el ruido de dos licuadoras
con el de un violonchelo, y preparó “su mágica fórmula de colores”, demostrando
cómo también se pueden manipular las noticias.
EN OTROS ESPACIOS
Es imposible comentar obra por obra. Es sí
imprescindible visitar esta Bienal de Montevideo, porque ofrece una oportunidad
única de ver cómo se expresan artistas de todo el mundo, y también los
uruguayos como Yamandú Canosa, Javier Abreu, Juan Burgos, entre otros con trabajos
muy intensos.
En la Iglesia San Francisco de Asís (Solís
1469, entrada por Cerrito) la propuesta abarca varios sentidos, la artista
boliviana Sonia Falcone realiza “Campos de color”, una instalación con cuencos
de especies: chiote, chocolate, pimienta, clavo, comino, anís, café, curry,
mate, wilkaparu, canela, y nuez moscada conforman esta instalación hecha con
polvos de resplandecientes colores: terracota, índigo, rojo, verde, blanco,
amarillo, carne, rosa, fucsia, violeta, naranja, ocres y azules sobre el suelo
de la Iglesia de San Francisco, abarca colores, aromas, texturas, acompañado
por el mundo plástico-sonoro del artista brasilero Paulo Vivacqua, cuya música
se emite por parlantes, los que tienen colgado un sayo, representando los
pastores del nordeste brasilero, es una experiencia fascinante de aromas,
sonidos, colores y misticismo en un lugar muy especial.
A este cronista le quedó en el debe ver lo
expuesto en el Edificio Atarazana y en el Anexo del BROU, que si bien lo
visité, no pude por razones de tiempo ver los videos donde hay un manantial de
propuestas, desde el humor a el despojamiento documental, a través de
diferentes estéticas. Es insoslayable ver esas propuestas. Es insoslayable
asistir a esta Bienal de Montevideo, El Gran Sur, es una fiesta para los
sentidos.
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