GUAYASAMÍN, KINGMAN
Y PORTINARI, COLOR Y DOLOR
Por Gorge Gómez
Se puede ver hasta
el 31 de octubre en la sala de exposiciones de la Casa de la Cultura, la
muestra de Jorge Dibarboure, (Florida 1933), compuesta por una serie de obras
de tamaño mediano y chico, en su mayoría en óleo, algunas pocas con acuarelas y
en una obra hace uso del pastel en aplicación de técnica mixta.
La vitalidad y
fuerza de la obra de Dibarboure se potencia a través del color y las temáticas,
una serie de flores y plantas, donde estallan los colores primarios, trasmiten
el placer por expresarse a través del arte. Bruscamente varía la muestra hacia
la fuerza dramática a través del cuerpo humano y las máscaras, -sobre todo una
serie sobre las manos fenomenal- con dolor, tristeza y sometimiento, dentro de
un realismo social donde Dibarboure hace un merecidísimo homenaje a la pintura
latinoamericana, y directamente a los artistas ecuatorianos Oswaldo Guayasamín
(Quito, 1919- Baltimore 1999) y Eduardo Kingman (Loja, 1913 - Quito, 1998),
tomando de Cândido Portinari (Brasil, 1903-1962) la luz y el color “para
trasmitir el dolor muy intenso”, dice Dibarboure.
Son figuras de
absoluto desamparo, de belleza árida, de fuerza estética, pero sobre todo
social, así es el mundo que expresa Dibarboure. Un hombre, que después de una
larga historia de vida, donde su vinculación a la música desde pequeño marcaron
su espíritu sensible, -pianista con reconocimientos nada menos que del maestro
Hugo Balzo, quien le pidió que grabara un disco en el Estudio Auditorio del
SODRE-, pero también ante el hombre y la naturaleza, abrazó la profesión de
médico, -se recibió en 1974-, igualmente siguió ligado a la música y a las
artes plásticas, incursionó en el gobelino y el telar, creando varias piezas
inspiradas en artistas del Renacimiento. Desde 1975 vive en Shangrilá, “en tiempos
oscuros, de repliegue, de construcción y creación”, dice el catálogo. En 1980
ingresa al taller de Walter Bulmini, con el que aprende diferentes técnicas en
pintura, pero sobre todo cultiva una gran amistad. En el 2003 fallece su
esposa, “se repliega en su dolor, aprende a vivir solo.
Descubre su deseo y necesidad de interactuar con otros de su edad, y emerge con fuerza su pasión por la pintura, era el año 2004, de ahí en más no paró, hoy tiene una obra rica, de intensas emociones, que se puede ver en la Casa de la Cultura, pero sobre todo demostró en la inauguración, ese don de gente, esa sensibilidad de espíritu, y las ganas de compartir el color, las formas y festejar la vida. En la inauguración de la muestra, estuvo acompañado por un importante número de familiares, amigos y hasta una banda de música, lo que expresa que además de la música y la pintura, cultiva los afectos.
Descubre su deseo y necesidad de interactuar con otros de su edad, y emerge con fuerza su pasión por la pintura, era el año 2004, de ahí en más no paró, hoy tiene una obra rica, de intensas emociones, que se puede ver en la Casa de la Cultura, pero sobre todo demostró en la inauguración, ese don de gente, esa sensibilidad de espíritu, y las ganas de compartir el color, las formas y festejar la vida. En la inauguración de la muestra, estuvo acompañado por un importante número de familiares, amigos y hasta una banda de música, lo que expresa que además de la música y la pintura, cultiva los afectos.
Agradeció el
espacio “maravilloso que es esta sala de la Casa de la Cultura, a las personas
que hicieron posible que mis obras estén acá como José María Fuentes, al
director de Cultura Hebert Loza, a la IDL por brindar y mantener una casa como
esta al servicio de la cultura. Y especialmente agradecer a Andrés Jaureguito,
que fue quien colgó la obra de forma magnífica”.
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